Marxismo, el Estado y el trolebús
Artículo publicado en la revista La Hiedra, mayo-junio 2016 · Versió en català
Dice Wikipedia que “El trolebús es un ómnibus eléctrico, alimentado por una catenaria de dos cables superiores…”. De niño en mi ciudad natal, Helsinki, capital de Finlandia —que entonces contaba con este sistema de transporte— vi un trolebús paralizado en la calle al haberse desconectado de la catenaria. A diferencia de un tranvía, el trolebús tiene alguna capacidad de maniobra —puede ir un poco hacia la derecha o la izquierda— pero allá donde no haya catenaria no puede ir. Conduzca quién conduzca, el trolebús sigue básicamente la misma ruta.
Es una buena metáfora para el Estado capitalista. Con la democracia, se puede cambiar el conductor, incluso hoy en día nombrar una conductora. Con suerte se puede ir un poco más hacia la izquierda pero actualmente lo más típico es que giran tanto a la derecha que acaban chocando con la acera.
El trolebús, por su propia naturaleza, está condenado a ir por las calles de la capital: no te puede llevar al bosque, a la montaña, a la playa, ni a ninguna otra parte. De la misma manera, el Estado capitalista sólo puede ir por los caminos del capital… eso sí, con los pequeños giros que permite su fuente de alimentación.
El Estado capitalista tiene dos funciones esenciales.
Una es mantener el orden interno, asegurando la continuidad de la producción capitalista dentro del Estado-nación en cuestión. Esto no se limita a dar palizas, aunque éstas nunca faltan: una economía moderna requiere de una mano de obra cualificada y sana, por tanto de algunos servicios públicos. La democracia burguesa existe, entre otras cosas, porque no está escrito cuál debe ser, en cada momento, la proporción entre palos y zanahorias. Los diferentes partidos establecidos reflejan (ligeramente) diferentes propuestas al respecto.
Otra función es defender los intereses colectivos de la burguesía de un Estado nación frente a las otras. De nuevo, mediante una combinación de alianzas y diplomacia, del uso de la fuerza (militar, económica…) y de las amenazas de utilizarla. Todo partido de gobierno asume sin cuestionar esta defensa del “interés nacional”.
Éstas son las catenarias que hacen funcionar al Estado capitalista. Cualquier gobierno que intente saltárselas se quedará sin energía. No importa el apoyo popular que tenga, si intenta aplicar políticas que rompan con estos principios, lo intentarán frenar de mil maneras. El rechazo empieza con ataques en la prensa y las tertulias. Pasa por dificultades para conseguir préstamos e inversiones (elementos imprescindibles en la economía capitalista); dentro de la UE aparecen los “hombres de negro” y la Troika. Y en última instancia, el golpe de Estado: “constitucional”, judicial, o militar.
Los ejemplos de todo esto son legión: el más reciente es el breve intento de Syriza de aplicar una alternativa a las fracasadas políticas de austeridad. Se explicó a Tsipras y compañía que el vehículo que conducían no podía ir por otro camino: fueron tan convincentes que Tsipras ya ni siquiera intenta girar el volante un poco más hacia la izquierda, sino que casi se pega directamente a la acera de la derecha.
Si queremos ir a otro destino, tendremos que construir otro vehículo. El Estado capitalista se basa en el poder desde arriba controlado, en última instancia, por la burguesía. Si queremos llegar al otro mundo posible —a la montaña, digamos— necesitamos un “Estado” totalmente diferente. Una estructura que nazca desde abajo, a partir de la organización colectiva de base, en asambleas de trabajo, barrio… y donde los niveles más altos estén sometidos a los más bajos. Un sistema donde no haya “políticos” sino representantes temporales y reemplazables en todo momento desde las asambleas de base, de municipio, de territorio… Un Estado basado en el interés de la gente, no del capital, y no porque lo diga un programa electoral, sino porque la gente es quien tiene el poder real, cada día; no se puede reducir todo a votar entre programas casi idénticos cada X años.
Otro mundo es posible, sí, pero no está en la ruta del trolebús.
Dice Wikipedia que “El trolebús es un ómnibus eléctrico, alimentado por una catenaria de dos cables superiores…”. De niño en mi ciudad natal, Helsinki, capital de Finlandia —que entonces contaba con este sistema de transporte— vi un trolebús paralizado en la calle al haberse desconectado de la catenaria. A diferencia de un tranvía, el trolebús tiene alguna capacidad de maniobra —puede ir un poco hacia la derecha o la izquierda— pero allá donde no haya catenaria no puede ir. Conduzca quién conduzca, el trolebús sigue básicamente la misma ruta.
Es una buena metáfora para el Estado capitalista. Con la democracia, se puede cambiar el conductor, incluso hoy en día nombrar una conductora. Con suerte se puede ir un poco más hacia la izquierda pero actualmente lo más típico es que giran tanto a la derecha que acaban chocando con la acera.
El trolebús, por su propia naturaleza, está condenado a ir por las calles de la capital: no te puede llevar al bosque, a la montaña, a la playa, ni a ninguna otra parte. De la misma manera, el Estado capitalista sólo puede ir por los caminos del capital… eso sí, con los pequeños giros que permite su fuente de alimentación.
El Estado capitalista tiene dos funciones esenciales.
Una es mantener el orden interno, asegurando la continuidad de la producción capitalista dentro del Estado-nación en cuestión. Esto no se limita a dar palizas, aunque éstas nunca faltan: una economía moderna requiere de una mano de obra cualificada y sana, por tanto de algunos servicios públicos. La democracia burguesa existe, entre otras cosas, porque no está escrito cuál debe ser, en cada momento, la proporción entre palos y zanahorias. Los diferentes partidos establecidos reflejan (ligeramente) diferentes propuestas al respecto.
Otra función es defender los intereses colectivos de la burguesía de un Estado nación frente a las otras. De nuevo, mediante una combinación de alianzas y diplomacia, del uso de la fuerza (militar, económica…) y de las amenazas de utilizarla. Todo partido de gobierno asume sin cuestionar esta defensa del “interés nacional”.
Éstas son las catenarias que hacen funcionar al Estado capitalista. Cualquier gobierno que intente saltárselas se quedará sin energía. No importa el apoyo popular que tenga, si intenta aplicar políticas que rompan con estos principios, lo intentarán frenar de mil maneras. El rechazo empieza con ataques en la prensa y las tertulias. Pasa por dificultades para conseguir préstamos e inversiones (elementos imprescindibles en la economía capitalista); dentro de la UE aparecen los “hombres de negro” y la Troika. Y en última instancia, el golpe de Estado: “constitucional”, judicial, o militar.
Los ejemplos de todo esto son legión: el más reciente es el breve intento de Syriza de aplicar una alternativa a las fracasadas políticas de austeridad. Se explicó a Tsipras y compañía que el vehículo que conducían no podía ir por otro camino: fueron tan convincentes que Tsipras ya ni siquiera intenta girar el volante un poco más hacia la izquierda, sino que casi se pega directamente a la acera de la derecha.
Si queremos ir a otro destino, tendremos que construir otro vehículo. El Estado capitalista se basa en el poder desde arriba controlado, en última instancia, por la burguesía. Si queremos llegar al otro mundo posible —a la montaña, digamos— necesitamos un “Estado” totalmente diferente. Una estructura que nazca desde abajo, a partir de la organización colectiva de base, en asambleas de trabajo, barrio… y donde los niveles más altos estén sometidos a los más bajos. Un sistema donde no haya “políticos” sino representantes temporales y reemplazables en todo momento desde las asambleas de base, de municipio, de territorio… Un Estado basado en el interés de la gente, no del capital, y no porque lo diga un programa electoral, sino porque la gente es quien tiene el poder real, cada día; no se puede reducir todo a votar entre programas casi idénticos cada X años.
Otro mundo es posible, sí, pero no está en la ruta del trolebús.
Comentarios
Publicar un comentario