La revolución egipcia cambió el mundo
Artículo aparecido en el suplemento de En lucha, La revolución expulsa al dictador, febrero de 2011.
Entrevistado en Al Jazeera, el escritor esloveno Slavoj Zizek habló de cómo en los dibujos animados, un personaje suele saltarse un precipicio sin siquiera darse cuenta de que corre sobre el aire. Sólo cuando mira abajo, se desploma.
Ante las revoluciones hoy en Oriente Medio, tanto EEUU como los dirigentes de la región siguen corriendo, sin mirar abajo. Su mundo se deshace bajo sus pies.
El petróleo de Oriente Medio es un factor clave de la economía mundial, y EEUU intenta controlarlo desde la Primera Guerra Mundial. Con su victoria sobre los ejércitos árabes en la guerra de 1967, Israel se convirtió en un instrumento clave de esta estrategia. Al pactar con Israel en los años 70, Sadat, el antecesor de Mubarak, hizo de Egipto una pieza clave para la seguridad del Estado sionista, y por tanto para el poder de EEUU en la región. A esto hay que añadir la importancia económica del canal de Suez. De ahí que el país del Nilo sea el segundo receptor de ayuda estadounidense, tan sólo por detrás de Israel.
La caída de Mubarak a manos de una revolución popular pone todo esto en cuestión.
Los generales que, por ahora, han asumido el poder dicen que respetarán sus tratados con Israel, pero cualquier gobierno mínimamente democrático en Egipto apoyaría al pueblo palestino. Por ejemplo, una de las demandas de las y los huelguistas de la industria petrolífera es que se deje de suministrar gas al Estado sionista.
Israel tiene problemas en todas sus fronteras. La revolución ha animado protestas contra el régimen dictatorial y corrupto de Mahmud Abbas, que además pierde a Mubarak como a un patrocinador.
En el Líbano, el bloque prooccidental liderado por millonarios sunitas y falangistas ya no controla el gobierno: la oposición, formada por Hezbolá y el principal partido Maronita, ahora tiene la mayoría. Este cambio —fruto, en parte, del ataque israelí de 2006 y de las movilizaciones populares desde entonces— provocará pesadillas tanto en Tel Aviv como en Washington. Éstas pueden empeorar con las protestas masivas en Jordania, que continúan a pesar de que el rey jordano ha remplazado a todo su gobierno.
Ni siquiera las movilizaciones en Irán les servirán de consuelo. Un gobierno democrático en Irán quizá rebajaría su retórica hacia EEUU y Israel —y sería de agradecer que se dejase de coquetear con la negación del Holocausto— pero seguiría apoyando al pueblo palestino y rechazando la injerencia occidental.
Los terribles atentados del 11-S iban a servir de excusa para que EEUU reafirmase su poder en el mundo y especialmente en Oriente Medio, dando lugar al “Nuevo siglo americano”. La resistencia en Afganistán y en Irak, junto al movimiento mundial contra sus guerras, ya hirieron este proyecto. Las protestas que se extienden hoy por todo el mundo árabe y más allá pueden terminar el trabajo.
Nada está escrito. Los generales egipcios querrán reprimir al movimiento: ya han intentado prohibir las huelgas. Si lo lograsen, sería un duro golpe a las esperanzas de cambio, no sólo en Egipto sino mucho más allá. No es sólo retórica decir que el movimiento egipcio, y sobre todo la clase trabajadora egipcia, está luchando por todos nosotros y se merecen nuestra solidaridad activa. A juzgar por lo que han logrado hasta ahora, podemos tener muchas esperanzas.
¿Y los dirigentes de EEUU…? Siguen evitando mirar hacia abajo.
Entrevistado en Al Jazeera, el escritor esloveno Slavoj Zizek habló de cómo en los dibujos animados, un personaje suele saltarse un precipicio sin siquiera darse cuenta de que corre sobre el aire. Sólo cuando mira abajo, se desploma.
Ante las revoluciones hoy en Oriente Medio, tanto EEUU como los dirigentes de la región siguen corriendo, sin mirar abajo. Su mundo se deshace bajo sus pies.
El petróleo de Oriente Medio es un factor clave de la economía mundial, y EEUU intenta controlarlo desde la Primera Guerra Mundial. Con su victoria sobre los ejércitos árabes en la guerra de 1967, Israel se convirtió en un instrumento clave de esta estrategia. Al pactar con Israel en los años 70, Sadat, el antecesor de Mubarak, hizo de Egipto una pieza clave para la seguridad del Estado sionista, y por tanto para el poder de EEUU en la región. A esto hay que añadir la importancia económica del canal de Suez. De ahí que el país del Nilo sea el segundo receptor de ayuda estadounidense, tan sólo por detrás de Israel.
La caída de Mubarak a manos de una revolución popular pone todo esto en cuestión.
Los generales que, por ahora, han asumido el poder dicen que respetarán sus tratados con Israel, pero cualquier gobierno mínimamente democrático en Egipto apoyaría al pueblo palestino. Por ejemplo, una de las demandas de las y los huelguistas de la industria petrolífera es que se deje de suministrar gas al Estado sionista.
Israel tiene problemas en todas sus fronteras. La revolución ha animado protestas contra el régimen dictatorial y corrupto de Mahmud Abbas, que además pierde a Mubarak como a un patrocinador.
En el Líbano, el bloque prooccidental liderado por millonarios sunitas y falangistas ya no controla el gobierno: la oposición, formada por Hezbolá y el principal partido Maronita, ahora tiene la mayoría. Este cambio —fruto, en parte, del ataque israelí de 2006 y de las movilizaciones populares desde entonces— provocará pesadillas tanto en Tel Aviv como en Washington. Éstas pueden empeorar con las protestas masivas en Jordania, que continúan a pesar de que el rey jordano ha remplazado a todo su gobierno.
Ni siquiera las movilizaciones en Irán les servirán de consuelo. Un gobierno democrático en Irán quizá rebajaría su retórica hacia EEUU y Israel —y sería de agradecer que se dejase de coquetear con la negación del Holocausto— pero seguiría apoyando al pueblo palestino y rechazando la injerencia occidental.
Los terribles atentados del 11-S iban a servir de excusa para que EEUU reafirmase su poder en el mundo y especialmente en Oriente Medio, dando lugar al “Nuevo siglo americano”. La resistencia en Afganistán y en Irak, junto al movimiento mundial contra sus guerras, ya hirieron este proyecto. Las protestas que se extienden hoy por todo el mundo árabe y más allá pueden terminar el trabajo.
Nada está escrito. Los generales egipcios querrán reprimir al movimiento: ya han intentado prohibir las huelgas. Si lo lograsen, sería un duro golpe a las esperanzas de cambio, no sólo en Egipto sino mucho más allá. No es sólo retórica decir que el movimiento egipcio, y sobre todo la clase trabajadora egipcia, está luchando por todos nosotros y se merecen nuestra solidaridad activa. A juzgar por lo que han logrado hasta ahora, podemos tener muchas esperanzas.
¿Y los dirigentes de EEUU…? Siguen evitando mirar hacia abajo.
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