Los borrachos al mando del Titanic
En cierto sentido, la religión y las teorías de la conspiración responden al mismo deseo; el deseo de que, en medio del caos, haya alguien al mando, alguien que sepa adónde nos llevan. Mi impresión es que, en realidad, estamos en el Titanic, y el puente está lleno de borrachos que se pelean por las últimas botellas de champán. Cuando cambiamos de rumbo, no es porque hayan encontrado el buen camino; es más probable que otro de los “dirigentes” haya golpeado el timón al caerse, inconsciente, en la cubierta.
¿Entonces, qué debemos hacer?
Resulta que de vez en cuando nos permiten votar para enviar a alguien a participar en la pelea de borrachos (y algunas borrachas) del puente. Una parte de la gente corriente a bordo se anima mucho con esta posibilidad. Sin embargo, en los años que llevamos, casi todas las personas elegidas han acabado borrachas también y se han olvidado de nuestros motivos para enviarlas allá. Otra minoría opta por intentar crear un espacio liberado hacia la popa del barco, donde se plantean cambiar consciencias y gradualmente ir resolviendo los problemas. Con suerte, al estar en la parte de atrás del barco, serán los últimos en morir si el barco se hunde, pero será una diferencia de pocos segundos y no parece una solución muy adecuada. Así que sólo queda la gente extremista, las personas que sugieren que dejemos de permitir que los chiflados y alcoholizados sigan mandando; las personas que proponen que nosotros y nosotras mismas tomemos el mando, de manera colectiva y democrática. Así podremos decidir hacia dónde queremos ir —hacia los icebergs, seguro que no— y cómo queremos vivir mientras tanto.
Sin embargo, se plantean dudas; ¿quizá el resultado no será mejor? ¿Quizá los que proponen este cambio radical sólo quieren aprovecharse de la situación para ganar adeptos a su causa? ¿Y si el reglamento del barco nos prohíbe entrar en el puente? ¿Quizá el problema no está en el Titanic y en sus dirigentes actuales, sino en cada uno de nosotros?
Seguimos sin decidirnos. Mientras tanto, el aire se hace más frío, y aparecen sombras en la oscuridad del océano que nos rodea.
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