Entre nacionalismo, “no nacionalismo” e internacionalismo
En vista de los debates acerca de la cuestión nacional desatados por la magnífica manifestación por la independencia en Barcelona el pasado 11 de septiembre, cuelgo la sección sobre este tema del libro "Rusia 1917: La revolución rusa y su significado hoy". (Si alguien se anima, el libro ahora está de oferta, en versión 1.0, en papel y todo).
El movimiento anticapitalista es claramente internacionalista, pero se le plantean inevitablemente temas de opresión nacional y de movimientos nacionalistas. Éstos, casi siempre, provocan confusiones y debates. Las experiencias de la revolución rusa, donde millones de personas se liberaron —al menos durante un tiempo— de la opresión nacional, a la vez que de la explotación social, nos muestran cómo estos temas pueden tratarse.
Yo nací en un país, Finlandia, que había conseguido su independencia a raíz de la revolución rusa. Mis abuelos paternos habían nacido en una nación oprimida por el imperio zarista. La experiencia finlandesa pone de manifiesto la complejidad del problema.[1]
A partir del s.xix, se desarrolló en Finlandia una conciencia nacional y un fuerte movimiento nacionalista. La revolución de febrero de 1917 levantó muchas esperanzas, pero aportó pocas mejoras. Sólo con la revolución de octubre se hizo efectiva la autodeterminación; Finlandia declaró su independencia en diciembre de 1917. Pero la cuestión era quién mandaría en el nuevo Estado; la burguesía o los trabajadores. Éstos habían luchado de forma parecida a los trabajadores rusos, y también querían una revolución socialista. Los socialistas finlandeses incluso habían ganado la mayoría en el parlamento. La burguesía se sublevó contra el gobierno socialista, iniciando una guerra civil. Debido al apoyo del ejército alemán, la burguesía logró imponerse. En la represión que siguió a su victoria, 80.000 “rojos” —hombres, mujeres y niños— fueron llevados a campos de concentración. De ellos, 12.000 murieron de hambre y enfermedades, mientras que otros 8.000 fueron fusilados; todo esto entre una población de 3 millones. En la historia oficial de Finlandia, este conflicto se denomina la “Guerra de la Independencia”.
Este desconocido episodio debe servirnos de advertencia. A pesar de la opresión nacional que sufría, la burguesía finlandesa luchó por sus propios intereses, frente a los trabajadores, y no por ningún ficticio interés nacional.
Pero sería un error tomar ejemplos así como excusa para infravalorar las luchas nacionales, reduciéndolo todo a la cuestión de clase. La mayor radicalización finlandesa, en comparación con otras regiones del imperio zarista, reflejó en parte el rechazo nacionalista a la dictadura. En Finlandia, al igual que en otros países oprimidos, existía un auténtico deseo de luchar por los derechos nacionales que no se podía reducir a la lucha de clases, pero que sí podía contribuir a ésta al debilitar al Estado opresor.
De todas formas, el derecho de un pueblo a decidir su futuro, y a no ser ocupado militarmente por otro país, es una reivindicación básica y democrática que la izquierda debe apoyar, como parte de una lucha internacional. Lenin insistió en que la izquierda rusa defendiese como principio el derecho a la autodeterminación —es decir, a decidir si se quería o no la independencia— para las naciones oprimidas bajo el imperio ruso. Criticó duramente a los supuestos demócratas rusos que no reconocían este derecho. [2]
Hubo un debate algo diferente con Rosa Luxemburg, una revolucionaria de origen polaco, que tachó de “completa utopía” el intento de “solucionar todas las cuestiones nacionales dentro del marco del capitalismo” mediante la autodeterminación. [3] Lenin criticó las bases teóricas de su argumento, pero no la equiparaba a los chovinistas rusos. Sabía que Luxemburg reaccionaba frente a un reformismo polaco empapado de ideología nacionalista. Ella tenía razón al enfatizar, en Polonia, el internacionalismo y la solidaridad entre los trabajadores rusos y polacos. Su error era no ver que en Rusia, el país opresor, el internacionalismo se reduciría a palabras huecas si no incluía el derecho del pueblo oprimido a decidir libremente su futuro. Lenin explicó: “Hay quienes no quieren comprender que para reforzar el internacionalismo no es necesario repetir las mismas palabras y que en Rusia debe insistirse en la libertad de separación de las naciones oprimidas y en Polonia debe subrayarse la libertad de unión. La libertad de unión presupone la libertad de separación.” [4]
Hoy en día, existen argumentos casi idénticos a los de hace 90 años. Desde el sector moderado del movimiento altermundista, Pascal Boniface, colaborador de Attac Francia, advirtió en Le Monde Diplomatique contra “el riesgo de la proliferación estatal”, diciendo que “el secesionismo es la amenaza más seria contra la paz.”. [5]
Toni Negri y Michael Hardt, en su libro Imperio, evocan a Rosa Luxemburg, y mantienen que “el concepto mismo de soberanía nacional liberadora es ambiguo, si no ya completamente contradictorio.” [6] John Holloway, a pesar de colaborar con el EZLN, rechaza el concepto de Liberación Nacional —la mitad de las siglas zapatistas— afirmando en su libro Cambiar el mundo sin tomar el poder que los “movimientos de liberación nacional… han hecho poca cosa más que reproducir la opresión”. [7]
Boniface defiende las fronteras estatales actuales. Negri y Holloway —intelectuales influyentes en el sector autónomo del movimiento— las rechazan, pero el efecto es el mismo; se niegan a apoyar el derecho de un pueblo oprimido a separarse para crear su propio Estado.
La lección de la revolución rusa en este tema es, quizá, que ante los problemas nacionales, más que teorías abstractas, lo que hace falta es aplicar a las luchas concretas unos principios básicos de solidaridad y democracia. Para los activistas dentro de las naciones sin Estado, la tarea es compleja: luchar contra cada opresión específica, pero a la vez defender la solidaridad con los trabajadores del resto del Estado, y del mundo, rechazando cualquier unidad con la propia burguesía. Para los activistas en los Estados fuertes, la tarea es más sencilla —aunque no más fácil—; defender el derecho a la autodeterminación de las naciones sin Estado, solidarizándose con ellas frente a los ataques ideológicos y la represión.
Como argumentó Lenin, al final de su vida, criticando a Stalin (al que tachó de “no sólo un ‘social-nacional’ auténtico y verdadero, sino [de] un burdo esbirro ruso”):
Es preferible pecar por exceso que por defecto en el sentido de hacer concesiones y ser blandos con las minorías nacionales. Por eso… el interés vital de la solidaridad proletaria… requiere que jamás enfoquemos de manera formalista el problema nacional, sino que tomemos siempre en consideración la diferencia obligatoria en la actitud del proletario de la nación oprimida (o pequeña) ante la nación opresora (o grande). [8]
[1] Aquí sólo cabe un resumen brevísimo. Victor Serge explica mucho más acerca de la revolución y contrarrevolución finlandesas en El Año I de la revolución rusa, pp. 207-218.
[2] Ver, por ejemplo, “La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación (Tesis)”, en Lenin, OC, T. 27, pp. 269-270.
[3] Rosa Luxemburg, “La cuestión nacional y la autonomía”, un artículo largo editado por partes en Przeglad Sozialdemokratyczny, 1908-1909, reproducido en Rosa Luxemburg, The National Question, Monthly Review Press, 1976, pág. 123 y pág. 129. Existe una edición castellana, del Viejo Topo.
[4] Lenin, OC, t. 31, pág. 452.
[5] Pascal Boniface, “El riesgo de la proliferación estatal” en Le Monde Diplomatique (edición mexicana), enero de 1999.
[6] Toni Negri y Michael Hardt, Imperio, Paidós, Barcelona, 2002, pág. 131.
[7] John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, Barcelona, Viejo Topo, 2002, pág. 109.
[8] “Contribución al problema de las naciones o sobre la ‘autonomización’ (continuación)”, en Lenin, OC, t. 45, pp. 376.
Comentarios
Publicar un comentario