Fascismo hoy: Qué es y cómo combatirlo
Artículo aparecido en La Hiedra, mayo de 2010
Los partidos de la extrema derecha crecen por toda Europa. El Estado español, y especialmente Catalunya, no son ninguna excepción. Para combatir esta amenaza, la izquierda y los movimientos sociales deben tener claro en qué consiste el peligro fascista hoy. Es tristemente evidente que el fascismo está creciendo por toda Europa; principalmente en el campo electoral y en algunos países acompañado del crecimiento de grupos de matones en la calle.
La lucha antifascista, que fue tan importante en los años 30 del siglo pasado, vuelve a estar a la orden del día.
Un problema es la extendida confusión acerca de qué es el fascismo.
No todo lo que no gusta es fascismo
Las acusaciones de nazi o fascista contra todo tipo de fuerza política están muy extendidas, y se lanzan desde las posiciones políticas más variadas. Ante dirigentes de países que molestan a occidente —hace unos años, Slobodan Milosevic y Saddam Hussein; ahora Ahmedinejad y Hugo Chávez— la derecha declara que son “el nuevo Hitler”. Más específicamente, como justificación de las guerras en Oriente Medio, tanto Bush como Aznar se refirieron al “islamofascismo”; una visión respaldada por alguna gente de izquierdas.
Y finalmente, tanto desde la derecha como de partes de la izquierda, se define a ETA —y a veces a toda la izquierda abertzale— de fascista o nazi. Mientras tanto, sectores de la izquierda cometen el peligroso error de tachar de fascista al PSOE e incluso a Iniciativa per Catalunya.
Una lucha consecuente contra el fascismo requiere una visión clara de en qué consiste, y de cómo difiere de la democracia burguesa.
El capitalismo se basa en la explotación: la minoría, la burguesía, explota a la mayoría, la clase trabajadora. El Estado capitalista se otorga el derecho de reprimir y usar la fuerza. El sistema judicial de la democracia burguesa es muy selectivo: los que roban en pequeñas cantidades tienen más posibilidades de acabar en la cárcel que los que roban millones.
En teoría, existe la libertad de expresión, pero en algunos casos ésta se niega de forma explícita (como con el periódico Egunkaria) y siempre se niega parcialmente en la práctica: la prensa de masas está dominada por las grandes empresas, que la utiliza en su propio beneficio.
Pero con todas las limitaciones de la “democracia burguesa”, siguen existiendo unas libertades importantes, por las que vale la pena luchar.
El sistema electoral nos permite escoger entre los partidos de la derecha pura y dura y los partidos reformistas; y allí donde logra superar sus divisiones, la izquierda radical puede presentar candidaturas propias y hacer llegar la voz de las luchas sociales a las instituciones.
Si bien los grandes medios están en manos de las empresas, normalmente es posible editar publicaciones críticas. Ahora hay algunos jueces con simpatías franquistas o fascistas; bajo el fascismo, todos las tendrían o perderían su cargo.
Bajo la democracia burguesa, existe la posibilidad de organizarse. Se pueden organizar sindicatos obreros. Se pueden organizar actos políticos de forma abierta, si bien podemos tener problemas para encontrar un local o pegar carteles sin ser multados. Se pueden convocar manifestaciones sin que éstas acaben con todos los participantes en la cárcel… o peor.
Es un error argumentar que “ya estamos bajo el fascismo”. Con la represión que sufre se entiende que mucha gente de la izquierda abertzale mantenga esta posición, pero incluso en su caso es un error. Bajo la “democracia burguesa” actual muchos dirigentes abertzales están en la cárcel puramente por motivos políticos. Pero si se instalase el fascismo, toda la militancia abertzale estaría en la cárcel o muerta. La diferencia no es pequeña.
La democracia burguesa nos ofrece libertades que no tendríamos bajo el fascismo —no las tuvimos durante las cuatro décadas del franquismo— y mientras éstas existan nos ayudan a luchar contra el sistema.
Hitler se unió a uno de estos pequeños grupos en 1919; pronto lo dirigiría y lo nombró el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, o partido nazi. En 1923 ya contaba con 6.000 tropas de asalto, el SA. Durante la aguda crisis, recibió el apoyo de figuras importantes del Estado. Pero a mediados de los años 20, había una relativa estabilidad, y la mayoría de los dirigentes alemanes dejaron de interesarse por los nazis.
La vuelta a la crisis y el crac de 1929 hicieron que la militancia nazi aumentara; a 175.000 en 1929 y a 800.000 en 1931. En las elecciones legislativas de 1928, los nazis sacaron 810.000 votos, el 2,6%; en las de 1930, fueron 6.409.000, el 18,3%, captando a muchos votantes de clase media que abandonaron a los partidos tradicionales.
El apoyo a los nazis demostró una contradicción fundamental. Para forjar una base, los nazis prometieron a miembros de la clase media, arruinados por la crisis, y a jóvenes parados desesperados, soluciones radicales, incluso revolucionarias. Los nazis, y especialmente el SA, mantuvieron una retórica anticapitalista.
Un dirigente nazi declaró que “nosotros, los revolucionarios nacionalsocialistas, socialistas ardientes, estamos llevando a cabo la guerra contra el capitalismo y el imperialismo”.
Pero al mismo tiempo, los nazis recibieron apoyo económico de importantes sectores de la industria pesada alemana, que querían utilizarlos como fuerza de choque contra el movimiento obrero. La retórica anticapitalista no les gustó a estos burgueses. La solución de los líderes nazis fue dirigir el odio específicamente contra el “capital financiero”, asociándolo con los “usureros judíos”.
A principios de los años 30, cada vez más sectores de la burguesía pasaron a apoyar a los nazis. En las elecciones presidenciales de 1932, los socialistas apoyaron a Hindenburg, el candidato de los partidos burgueses y liberales, como el “mal menor” frente a Hitler. A principios de 1933, Hindenburg nombró a Hitler para liderar Alemania.
En todo este período, la izquierda contaba con muchas más fuerzas que los nazis, pero estaba fatalmente dividida.
El enorme partido comunista alemán (KPD) luchaba físicamente en las calles contra los nazis: muchos de sus militantes eran jóvenes en paro, con ganas de pelea. Pero ejercer la fuerza real de la clase trabajadora en los lugares de trabajo habría requerido la unidad de acción con el partido socialista y los sindicatos mayoritarios, algo que el KPD rechazó, argumentando que éstos eran “socialfascistas”. Así que los dirigentes comunistas restaron importancia a la subida al poder de Hitler; después de todo, según ellos, ya vivían bajo un régimen fascista.
Los dirigentes del SPD no fueron mejores. Pensaban que podían combatir a los nazis con medidas legales y constitucionales… o apoyando a burgueses liberales que fueron los que acabaron dando el poder a Hitler. Según el SPD, tanto los nazis como los comunistas eran fascistas y no había nadie en la izquierda con quien aliarse.
Cuando los nazis juntaron a socialistas y comunistas en los campos de concentración —donde pronto acabarían también seis millones de judíos— ya era tarde para reconocer el error.
Hay una lección final de la experiencia alemana. Hitler subió al poder utilizando la fuerza del SA —sus “tropas de asalto”, con su retórica radical— tanto contra la izquierda y los sindicalistas, como para amenazar a la burguesía con un levantamiento. Pero una vez en el poder, todas las promesas de “cambio radical” se olvidaron; sólo cumplió su promesa con sus patrocinadores capitalistas, destrozando totalmente a la izquierda y al movimiento obrero.
En la “noche de los cuchillos largos”, el 30 de junio de 1934, a instancias de la gran burguesía y la cúpula militar, Hitler hizo ejecutar a centenares de dirigentes del SA, “revolucionarios nacionalsocialistas”. El prometido nuevo Estado era un estado dictatorial, cuya cara visible fue la de Hitler, pero cuyo beneficiario fue la burguesía.
La realidad es otra y bastante más compleja.
Jean Marie Le Pen, dirigente del Front National (FN) francés, tiene una clara trayectoria fascista: ha sido condenado por apología de crímenes de guerra —por ejemplo, justificó a Mariscal Petain, el líder francés que colaboró con Hitler—, y ha declarado que las cámaras de gas del Holocausto fueron sólo “un detalle de la historia”. Pero a la misma vez, Le Pen dice que es “ni de izquierdas ni de derechas, sino francés”.
La estrategia de este tipo de partidos es aprovecharse de la “respetabilidad” electoral para difundir un mensaje que es racista pero no abiertamente fascista. Así, pueden captar a una audiencia mucho mayor de la que conseguirían con un discurso más claro. Pero a la vez difunden en dosis pequeñas y controladas mensajes más claramente fascistas, como un método para desensibilizar a sus nuevos seguidores, a la vez de contentar a las bases que ya están comprometidas con el fascismo y se impacientan con la respetabilidad. Cuando Le Pen hace sus declaraciones acerca del Holocausto no es un desliz o un error, es parte de su estrategia, lo mismo que sus afirmaciones de demócrata.
Pero en el fondo, lo que está creando es un movimiento fascista moderno, que no se limita al frente electoral. Cuando crece el FN en votos, también crecen las bandas racistas en la calle y los ataques a los inmigrantes y los musulmanes. El Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA) denunció a finales de abril un ataque con metralleta contra la mezquita de Istres. El NPA relaciona el atentado con el hecho de que en la misma región el FN sacó el 25% de los votos en las últimas elecciones, impulsando así una “rampante islamofobia”.
Partidos parecidos existen en diferentes países europeos, la mayoría de ellos basados en la islamofobia, aunque los hay que también utilizan el racismo contra los gitanos o el antisemitismo clásico. Con los ataques a los musulmanes se aprovechan de una debilidad de una parte de la izquierda, que a veces se ha sumado a la idea de “islamofascismo”, adoptando en la práctica una actitud neutral ante los ataques contra los musulmanes.
En el Estado español, el principal representante de esta corriente de fascismo trajeado, centrado en la islamofobia, es Plataforma per Catalunya (PxC, ver caja abajo).
No hay duda de que PxC imita a los demás partidos europeos de extrema derecha; en su página web, hace alarde de sus relaciones con ellos, y recibe financiación del fascismo europeo.
En 2002, Anglada, el “líder” de PxC (cultiva mucho su imagen de líder visionario), fue filmado declarando sus simpatías por el franquismo, pero dijo que “En estos momentos, no me conviene hablar claro… tenemos que dar una imagen”.
Al igual que Le Pen, es esta estrategia la que lo hace peligroso. Hoy en día, un partido abiertamente franquista tendría dificultades para crecer de forma importante en el Estado español, ni mencionar en los pueblos de Catalunya. Al adoptar el discurso de “preocuparse por la gente corriente” y, en el caso de Anglada, usar el catalán de forma natural, PxC puede ganar votos y militantes que de otra forma serían inalcanzables.
Evidentemente, existen otras formaciones fascistas en el Estado español, como la Falange, Democracia Nacional y España 2000, sin mencionar las corrientes proclives al franquismo que siguen vivas en el sistema judicial o dentro del PP.
Pero es el fascismo trajeado, disfrazado, el que se abre camino y al que hay que combatir de forma prioritaria.
Evidentemente, no están a punto de cumplir sus deseos. Anglada recibe el apoyo de algunos empresarios, pero por ahora el grueso de la burguesía no siente ninguna necesidad de tomar el arriesgado camino del fascismo para resolver sus problemas; por este motivo, no hay posibilidad a corto plazo de que PxC se haga con el poder.
Lo que sí puede pasar, y de hecho ya ocurre, es que los demás partidos intenten sacar provecho de lo que identifican como una fuente de votos xenófobos. Así que el PP, CiU, e incluso a veces algunos partidos de la izquierda institucional, copian la retórica antiinmigrante y antimusulmana de PxC. En diversos municipios, las medidas contra los inmigrantes no las tiene que presentar PxC, porque lo hacen los partidos del gobierno municipal. Creen que así pueden subir en las encuestas y restar votos a Anglada.
Esta táctica se ha aplicado muchas veces en Francia, y el único resultado ha sido dar mayor respetabilidad a las tesis xenófobas de Le Pen, y como resultado el FN ha ganado aún más votos. Como dijo el propio dirigente fascista francés: la gente prefiere el original a la copia.
Pero si esta respuesta de los partidos institucionales sólo empeora la situación, tampoco sirven algunas tácticas de la izquierda radical.
La lucha callejera minoritaria fracasó en los años 30 contra los nazis, a pesar de que la aplicase un partido de masas como era el KPD. Que una izquierda radical mucho más pequeña intente aplicarla hoy, contra PxC, tendría aún menos sentido. Ataques llevados a cabo por pequeños grupos serían contraproducentes, permitiendo a Anglada presentarse como un demócrata agredido.
Hace falta una estrategia adecuada a la amenaza.
Éste es el motivo de Anglada por reconocer que “hay que disfrazarse”. Sin el disfraz, quedarían reducidos a los partidarios abiertos de una vuelta al franquismo, que son bastante pocos.
Una fuerte campaña, bien organizada, de movilización, protesta y propaganda, que saque a la luz la realidad de su organización y sus intenciones, les podría quitar a muchos de sus votantes e incluso militantes.
Una campaña de este tipo no puede y no debe limitarse a la izquierda radical. Toda la izquierda y todo el movimiento sindical sufriría de llegar al poder un partido fascista, o incluso si un partido de este tipo se hiciera más fuerte. Hace falta unir fuerzas entorno a unas simples demandas como “franquismo, nunca más”, “no pasarán”, etc. que son patrimonio de una parte muy importante de la sociedad, sobre todo de la clase trabajadora.
Una propuesta de este tipo levanta varias objeciones dentro de la izquierda y los movimientos sociales.
Los hay que dicen que no hay que dar demasiada importancia a PxC, y que no hay que darles publicidad.
Su importancia queda demostrada en la manera en que, aun siendo pocos, ya han conseguido hacer girar el espectro político, al menos en Catalunya, hacia la derecha, dando más protagonismo al discurso islamofóbico. Una campaña que aisle a PxC, tachándola claramente de franquista, quitaría este foco de infección xenófoba y contribuiría a hacer inaceptables las posiciones que defiende.
Si esto supone darles publicidad, seguro que no es el tipo de publicidad que buscan; ésta ya la reciben al poder aparecer impunemente en los medios de comunicación. Como ha dicho Anglada; no le conviene que la gente sepa lo que piensa realmente. Difundir masivamente el hecho de que en el fondo es un franquista, partidario del sistema que hizo sufrir durante cuatro décadas al conjunto de la clase trabajadora del Estado español, no le ayudará.
Otro argumento típico es que, aunque no nos gusten sus ideas, deben tener libertad para difundirlas.
Esta defensa de la libertad de expresión es a menudo hipócrita; si quien la presenta a su vez no denuncia la prohibición de partidos y publicaciones abertzales, deja claro que no se trata de un principio, sino meramente de una excusa para permitir la difusión de ideas fascistas.
Mientras tanto, las personas que sí defienden este principio deben reconocer que cuando los fascistas ganan el poder, la libertad de expresión, e incluso la propia libertad de vivir, desparecen para gran parte de la población. Además, casi nadie defiende la libertad para fomentar la pedofilia o la violencia de género, o para promover el tabaquismo entre los niños.
Quizá sin quererlo, el propio Anglada dio en la diana con su discurso en un acto fascista en Alemania, cuando dijo que: “en Europa no hay lugar... para los que quieren utilizar nuestra democracia para destruirla.”
Los partidos como PxC quieren utilizar la democracia —limitada— que tenemos ahora, para destrozarla. No debemos permitir que lo hagan.
Leer más:
Entrevista: “Si das espacio a los fascistas, estás negando el derecho de la gente a vivir”, La Hiedra, septiembre 2009.
Artículo: “Golpear juntos: el frente único ayer y hoy”, La Hiedra, abril 2009.
Los partidos de la extrema derecha crecen por toda Europa. El Estado español, y especialmente Catalunya, no son ninguna excepción. Para combatir esta amenaza, la izquierda y los movimientos sociales deben tener claro en qué consiste el peligro fascista hoy. Es tristemente evidente que el fascismo está creciendo por toda Europa; principalmente en el campo electoral y en algunos países acompañado del crecimiento de grupos de matones en la calle.
La lucha antifascista, que fue tan importante en los años 30 del siglo pasado, vuelve a estar a la orden del día.
Un problema es la extendida confusión acerca de qué es el fascismo.
No todo lo que no gusta es fascismo
Las acusaciones de nazi o fascista contra todo tipo de fuerza política están muy extendidas, y se lanzan desde las posiciones políticas más variadas. Ante dirigentes de países que molestan a occidente —hace unos años, Slobodan Milosevic y Saddam Hussein; ahora Ahmedinejad y Hugo Chávez— la derecha declara que son “el nuevo Hitler”. Más específicamente, como justificación de las guerras en Oriente Medio, tanto Bush como Aznar se refirieron al “islamofascismo”; una visión respaldada por alguna gente de izquierdas.
Y finalmente, tanto desde la derecha como de partes de la izquierda, se define a ETA —y a veces a toda la izquierda abertzale— de fascista o nazi. Mientras tanto, sectores de la izquierda cometen el peligroso error de tachar de fascista al PSOE e incluso a Iniciativa per Catalunya.
Una lucha consecuente contra el fascismo requiere una visión clara de en qué consiste, y de cómo difiere de la democracia burguesa.
La democracia burguesa y el fascismo
El término “democracia burguesa” es de por sí contradictorio; se refiere a la vez al “poder de la gente” y a una sociedad de clases.El capitalismo se basa en la explotación: la minoría, la burguesía, explota a la mayoría, la clase trabajadora. El Estado capitalista se otorga el derecho de reprimir y usar la fuerza. El sistema judicial de la democracia burguesa es muy selectivo: los que roban en pequeñas cantidades tienen más posibilidades de acabar en la cárcel que los que roban millones.
En teoría, existe la libertad de expresión, pero en algunos casos ésta se niega de forma explícita (como con el periódico Egunkaria) y siempre se niega parcialmente en la práctica: la prensa de masas está dominada por las grandes empresas, que la utiliza en su propio beneficio.
Pero con todas las limitaciones de la “democracia burguesa”, siguen existiendo unas libertades importantes, por las que vale la pena luchar.
El sistema electoral nos permite escoger entre los partidos de la derecha pura y dura y los partidos reformistas; y allí donde logra superar sus divisiones, la izquierda radical puede presentar candidaturas propias y hacer llegar la voz de las luchas sociales a las instituciones.
Si bien los grandes medios están en manos de las empresas, normalmente es posible editar publicaciones críticas. Ahora hay algunos jueces con simpatías franquistas o fascistas; bajo el fascismo, todos las tendrían o perderían su cargo.
Bajo la democracia burguesa, existe la posibilidad de organizarse. Se pueden organizar sindicatos obreros. Se pueden organizar actos políticos de forma abierta, si bien podemos tener problemas para encontrar un local o pegar carteles sin ser multados. Se pueden convocar manifestaciones sin que éstas acaben con todos los participantes en la cárcel… o peor.
Es un error argumentar que “ya estamos bajo el fascismo”. Con la represión que sufre se entiende que mucha gente de la izquierda abertzale mantenga esta posición, pero incluso en su caso es un error. Bajo la “democracia burguesa” actual muchos dirigentes abertzales están en la cárcel puramente por motivos políticos. Pero si se instalase el fascismo, toda la militancia abertzale estaría en la cárcel o muerta. La diferencia no es pequeña.
La democracia burguesa nos ofrece libertades que no tendríamos bajo el fascismo —no las tuvimos durante las cuatro décadas del franquismo— y mientras éstas existan nos ayudan a luchar contra el sistema.
La realidad del fascismo
Para tener una idea de qué representa realmente el fascismo miremos el ejemplo de la subida al poder de Hitler. Los nazis surgieron de la crisis que siguió a la Primera Guerra Mundial. Ante la revolución alemana de 1918-23, sectores de la burguesía y dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) crearon cuerpos especiales basados en ex militares muy ideologizados para combatir a los consejos obreros que existían por todo el país.Hitler se unió a uno de estos pequeños grupos en 1919; pronto lo dirigiría y lo nombró el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, o partido nazi. En 1923 ya contaba con 6.000 tropas de asalto, el SA. Durante la aguda crisis, recibió el apoyo de figuras importantes del Estado. Pero a mediados de los años 20, había una relativa estabilidad, y la mayoría de los dirigentes alemanes dejaron de interesarse por los nazis.
La vuelta a la crisis y el crac de 1929 hicieron que la militancia nazi aumentara; a 175.000 en 1929 y a 800.000 en 1931. En las elecciones legislativas de 1928, los nazis sacaron 810.000 votos, el 2,6%; en las de 1930, fueron 6.409.000, el 18,3%, captando a muchos votantes de clase media que abandonaron a los partidos tradicionales.
El apoyo a los nazis demostró una contradicción fundamental. Para forjar una base, los nazis prometieron a miembros de la clase media, arruinados por la crisis, y a jóvenes parados desesperados, soluciones radicales, incluso revolucionarias. Los nazis, y especialmente el SA, mantuvieron una retórica anticapitalista.
Un dirigente nazi declaró que “nosotros, los revolucionarios nacionalsocialistas, socialistas ardientes, estamos llevando a cabo la guerra contra el capitalismo y el imperialismo”.
Pero al mismo tiempo, los nazis recibieron apoyo económico de importantes sectores de la industria pesada alemana, que querían utilizarlos como fuerza de choque contra el movimiento obrero. La retórica anticapitalista no les gustó a estos burgueses. La solución de los líderes nazis fue dirigir el odio específicamente contra el “capital financiero”, asociándolo con los “usureros judíos”.
A principios de los años 30, cada vez más sectores de la burguesía pasaron a apoyar a los nazis. En las elecciones presidenciales de 1932, los socialistas apoyaron a Hindenburg, el candidato de los partidos burgueses y liberales, como el “mal menor” frente a Hitler. A principios de 1933, Hindenburg nombró a Hitler para liderar Alemania.
En todo este período, la izquierda contaba con muchas más fuerzas que los nazis, pero estaba fatalmente dividida.
El enorme partido comunista alemán (KPD) luchaba físicamente en las calles contra los nazis: muchos de sus militantes eran jóvenes en paro, con ganas de pelea. Pero ejercer la fuerza real de la clase trabajadora en los lugares de trabajo habría requerido la unidad de acción con el partido socialista y los sindicatos mayoritarios, algo que el KPD rechazó, argumentando que éstos eran “socialfascistas”. Así que los dirigentes comunistas restaron importancia a la subida al poder de Hitler; después de todo, según ellos, ya vivían bajo un régimen fascista.
Los dirigentes del SPD no fueron mejores. Pensaban que podían combatir a los nazis con medidas legales y constitucionales… o apoyando a burgueses liberales que fueron los que acabaron dando el poder a Hitler. Según el SPD, tanto los nazis como los comunistas eran fascistas y no había nadie en la izquierda con quien aliarse.
Cuando los nazis juntaron a socialistas y comunistas en los campos de concentración —donde pronto acabarían también seis millones de judíos— ya era tarde para reconocer el error.
Hay una lección final de la experiencia alemana. Hitler subió al poder utilizando la fuerza del SA —sus “tropas de asalto”, con su retórica radical— tanto contra la izquierda y los sindicalistas, como para amenazar a la burguesía con un levantamiento. Pero una vez en el poder, todas las promesas de “cambio radical” se olvidaron; sólo cumplió su promesa con sus patrocinadores capitalistas, destrozando totalmente a la izquierda y al movimiento obrero.
En la “noche de los cuchillos largos”, el 30 de junio de 1934, a instancias de la gran burguesía y la cúpula militar, Hitler hizo ejecutar a centenares de dirigentes del SA, “revolucionarios nacionalsocialistas”. El prometido nuevo Estado era un estado dictatorial, cuya cara visible fue la de Hitler, pero cuyo beneficiario fue la burguesía.
El fascismo trajeado
En las últimas décadas han surgido en Europa partidos de extrema derecha que, a primera vista, se parecen poco a los fascistas de Mussolini o los nazis de Hitler. Los líderes de estos partidos llevan trajes y se presentan en las elecciones como demócratas.La realidad es otra y bastante más compleja.
Jean Marie Le Pen, dirigente del Front National (FN) francés, tiene una clara trayectoria fascista: ha sido condenado por apología de crímenes de guerra —por ejemplo, justificó a Mariscal Petain, el líder francés que colaboró con Hitler—, y ha declarado que las cámaras de gas del Holocausto fueron sólo “un detalle de la historia”. Pero a la misma vez, Le Pen dice que es “ni de izquierdas ni de derechas, sino francés”.
La estrategia de este tipo de partidos es aprovecharse de la “respetabilidad” electoral para difundir un mensaje que es racista pero no abiertamente fascista. Así, pueden captar a una audiencia mucho mayor de la que conseguirían con un discurso más claro. Pero a la vez difunden en dosis pequeñas y controladas mensajes más claramente fascistas, como un método para desensibilizar a sus nuevos seguidores, a la vez de contentar a las bases que ya están comprometidas con el fascismo y se impacientan con la respetabilidad. Cuando Le Pen hace sus declaraciones acerca del Holocausto no es un desliz o un error, es parte de su estrategia, lo mismo que sus afirmaciones de demócrata.
Pero en el fondo, lo que está creando es un movimiento fascista moderno, que no se limita al frente electoral. Cuando crece el FN en votos, también crecen las bandas racistas en la calle y los ataques a los inmigrantes y los musulmanes. El Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA) denunció a finales de abril un ataque con metralleta contra la mezquita de Istres. El NPA relaciona el atentado con el hecho de que en la misma región el FN sacó el 25% de los votos en las últimas elecciones, impulsando así una “rampante islamofobia”.
Partidos parecidos existen en diferentes países europeos, la mayoría de ellos basados en la islamofobia, aunque los hay que también utilizan el racismo contra los gitanos o el antisemitismo clásico. Con los ataques a los musulmanes se aprovechan de una debilidad de una parte de la izquierda, que a veces se ha sumado a la idea de “islamofascismo”, adoptando en la práctica una actitud neutral ante los ataques contra los musulmanes.
En el Estado español, el principal representante de esta corriente de fascismo trajeado, centrado en la islamofobia, es Plataforma per Catalunya (PxC, ver caja abajo).
No hay duda de que PxC imita a los demás partidos europeos de extrema derecha; en su página web, hace alarde de sus relaciones con ellos, y recibe financiación del fascismo europeo.
En 2002, Anglada, el “líder” de PxC (cultiva mucho su imagen de líder visionario), fue filmado declarando sus simpatías por el franquismo, pero dijo que “En estos momentos, no me conviene hablar claro… tenemos que dar una imagen”.
Al igual que Le Pen, es esta estrategia la que lo hace peligroso. Hoy en día, un partido abiertamente franquista tendría dificultades para crecer de forma importante en el Estado español, ni mencionar en los pueblos de Catalunya. Al adoptar el discurso de “preocuparse por la gente corriente” y, en el caso de Anglada, usar el catalán de forma natural, PxC puede ganar votos y militantes que de otra forma serían inalcanzables.
Evidentemente, existen otras formaciones fascistas en el Estado español, como la Falange, Democracia Nacional y España 2000, sin mencionar las corrientes proclives al franquismo que siguen vivas en el sistema judicial o dentro del PP.
Pero es el fascismo trajeado, disfrazado, el que se abre camino y al que hay que combatir de forma prioritaria.
Hay que luchar contra PxC
Es esencial reconocer la base fascista de los nuevos partidos de extrema derecha, como PxC. Las declaraciones privadas de Anglada —captadas con cámara oculta— muestran posiciones que comportarían la suspensión de la democracia burguesa, y la trayectoria de miembros destacados de PxC no deja lugar a dudas.Evidentemente, no están a punto de cumplir sus deseos. Anglada recibe el apoyo de algunos empresarios, pero por ahora el grueso de la burguesía no siente ninguna necesidad de tomar el arriesgado camino del fascismo para resolver sus problemas; por este motivo, no hay posibilidad a corto plazo de que PxC se haga con el poder.
Lo que sí puede pasar, y de hecho ya ocurre, es que los demás partidos intenten sacar provecho de lo que identifican como una fuente de votos xenófobos. Así que el PP, CiU, e incluso a veces algunos partidos de la izquierda institucional, copian la retórica antiinmigrante y antimusulmana de PxC. En diversos municipios, las medidas contra los inmigrantes no las tiene que presentar PxC, porque lo hacen los partidos del gobierno municipal. Creen que así pueden subir en las encuestas y restar votos a Anglada.
Esta táctica se ha aplicado muchas veces en Francia, y el único resultado ha sido dar mayor respetabilidad a las tesis xenófobas de Le Pen, y como resultado el FN ha ganado aún más votos. Como dijo el propio dirigente fascista francés: la gente prefiere el original a la copia.
Pero si esta respuesta de los partidos institucionales sólo empeora la situación, tampoco sirven algunas tácticas de la izquierda radical.
La lucha callejera minoritaria fracasó en los años 30 contra los nazis, a pesar de que la aplicase un partido de masas como era el KPD. Que una izquierda radical mucho más pequeña intente aplicarla hoy, contra PxC, tendría aún menos sentido. Ataques llevados a cabo por pequeños grupos serían contraproducentes, permitiendo a Anglada presentarse como un demócrata agredido.
Hace falta una estrategia adecuada a la amenaza.
Quitarles la máscara
Para partidos como PxC, su disfraz democrático es su baza, pero también puede ser su gran debilidad. Hemos visto que este marketing les permite ganar adeptos. Pero significa que gran parte de las personas que les apoyan no lo harían si supieran lo que representan de verdad.Éste es el motivo de Anglada por reconocer que “hay que disfrazarse”. Sin el disfraz, quedarían reducidos a los partidarios abiertos de una vuelta al franquismo, que son bastante pocos.
Una fuerte campaña, bien organizada, de movilización, protesta y propaganda, que saque a la luz la realidad de su organización y sus intenciones, les podría quitar a muchos de sus votantes e incluso militantes.
Una campaña de este tipo no puede y no debe limitarse a la izquierda radical. Toda la izquierda y todo el movimiento sindical sufriría de llegar al poder un partido fascista, o incluso si un partido de este tipo se hiciera más fuerte. Hace falta unir fuerzas entorno a unas simples demandas como “franquismo, nunca más”, “no pasarán”, etc. que son patrimonio de una parte muy importante de la sociedad, sobre todo de la clase trabajadora.
Una propuesta de este tipo levanta varias objeciones dentro de la izquierda y los movimientos sociales.
Los hay que dicen que no hay que dar demasiada importancia a PxC, y que no hay que darles publicidad.
Su importancia queda demostrada en la manera en que, aun siendo pocos, ya han conseguido hacer girar el espectro político, al menos en Catalunya, hacia la derecha, dando más protagonismo al discurso islamofóbico. Una campaña que aisle a PxC, tachándola claramente de franquista, quitaría este foco de infección xenófoba y contribuiría a hacer inaceptables las posiciones que defiende.
Si esto supone darles publicidad, seguro que no es el tipo de publicidad que buscan; ésta ya la reciben al poder aparecer impunemente en los medios de comunicación. Como ha dicho Anglada; no le conviene que la gente sepa lo que piensa realmente. Difundir masivamente el hecho de que en el fondo es un franquista, partidario del sistema que hizo sufrir durante cuatro décadas al conjunto de la clase trabajadora del Estado español, no le ayudará.
Otro argumento típico es que, aunque no nos gusten sus ideas, deben tener libertad para difundirlas.
Esta defensa de la libertad de expresión es a menudo hipócrita; si quien la presenta a su vez no denuncia la prohibición de partidos y publicaciones abertzales, deja claro que no se trata de un principio, sino meramente de una excusa para permitir la difusión de ideas fascistas.
Mientras tanto, las personas que sí defienden este principio deben reconocer que cuando los fascistas ganan el poder, la libertad de expresión, e incluso la propia libertad de vivir, desparecen para gran parte de la población. Además, casi nadie defiende la libertad para fomentar la pedofilia o la violencia de género, o para promover el tabaquismo entre los niños.
Quizá sin quererlo, el propio Anglada dio en la diana con su discurso en un acto fascista en Alemania, cuando dijo que: “en Europa no hay lugar... para los que quieren utilizar nuestra democracia para destruirla.”
Los partidos como PxC quieren utilizar la democracia —limitada— que tenemos ahora, para destrozarla. No debemos permitir que lo hagan.
Leer más:
Entrevista: “Si das espacio a los fascistas, estás negando el derecho de la gente a vivir”, La Hiedra, septiembre 2009.
Artículo: “Golpear juntos: el frente único ayer y hoy”, La Hiedra, abril 2009.
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