¿Pueden los jueces acabar con el fascismo?
En Alemania la propuesta de prohibir al partido nazi, el NPD, ha desatado muchos debates. Hay críticas válidas a esta estrategia, pero también otras que rechazo.
Se dice que prohibir a los nazis limita la libertad de expresión. Pero la libertad para los fascistas conlleva la falta de libertad —de expresión, incluso de vivir— para mucha gente.
Otros sugieren que prohibirlos sólo les da publicidad, y que es mejor ignorarlos esperando que desaparezcan solos. Nunca ha funcionado; el fascismo es un peligro que hay que eliminar. La cuestión es cómo.
Tristemente, podemos aprender de la larga experiencia del fascismo.
El partido nazi alemán fue declarado ilegal en los años 20. Durante su breve prohibición continuó actuando bajo otro nombre.
En 2004, el partido fascista flamenco, Vlaams Blok, fue ilegalizado por racista. Simplemente pasó a llamarse Vlaams Belang, e incluso siguió recibiendo las mismas subvenciones parlamentarias.
Las prohibiciones judiciales supuestamente dirigidas contra actos fascistas a menudo se acaban aplicando a la izquierda. En 2011, las autoridades prohibieron una manifestación del partido fascista, Plataforma per Catalunya, en la ciudad catalana de Salt; no se celebró. Pero aplicaron multas de miles de euros a los presuntos organizadores de una contramanifestación.
No podemos fiarnos del sistema judicial, ni de las autoridades en general, para parar el fascismo. En Alemania, cuando los nazis tomaron el poder, la mayoría de los jueces los apoyaron y colaboraron con ellos. En Grecia hoy, el 50% de los policías votan al partido nazi, Amanecer Dorado.
En cambio, se ha demostrado que con la lucha unitaria y amplia, sí se puede derrotar al fascismo, y esta lucha no la frena un cambio de nombre.
Los que defienden el depender de la justicia ante el fascismo, en el fondo no se fían de la movilización social. Esto afecta, por supuesto, a sectores liberales, pero también a alguna gente aparentemente muy combativa. Una parte del antifascismo radical se niega a trabajar en espacios amplios, con organizaciones reformistas. El resultado es un “movimiento antifascista” muy limitado en número, y aún más en peso social. Consecuentemente, ante una amenaza fascista grave, la única fuerza poderosa a la que pueden recurrir es… a los jueces.
Sería sectario condenar a los sectores que intentan utilizar el sistema judicial contra los fascistas. Si lo que buscamos es un movimiento amplio, hay que animar a estos sectores a formar parte de él y a participar en las movilizaciones, más allá de lo que ellos hagan en los tribunales.
El peligro sería que el conjunto del movimiento girase en torno al aspecto judicial.
En Flandes, varias organizaciones antirracistas pasaron años en los tribunales para conseguir la prohibición de Vlaams Blok… que sólo duró cinco días.
En cambio, en Gran Bretaña, se han ido acumulando experiencias y victorias mediante la movilización unitaria, sin importar los cambios de nombre y de estrategia por parte de los fascistas.
¿Pueden los jueces acabar con el fascismo? No, pero la lucha unitaria, sí.
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