Por un cambio desde abajo en Siria
Durante las últimas semanas, las movilizaciones populares contra la dictadura siria se han intensificado, y han sufrido una terrible represión. El viernes, 22 de abril, las fuerzas de seguridad mataron a un centenar de manifestantes; al día siguiente dispararon en los funerales. En total, hasta el momento, hay más de 400 muertos. Estos días, además, han detenido a 500 opositores.
En el fondo, los motivos de la oposición son los mismos que en Túnez, Egipto y en el resto de la región. Siria vive bajo un estado de emergencia y bajo el férreo control del partido Baaz desde 1963. Hafez al-Assad tomó el poder en 1970, y a su muerte en 2000, el mando pasó a su hijo, Bashar al-Assad.
Igual que en Túnez y Egipto, la izquierda no puede dudar. Debe apoyar a la oposición. Así lo ha entendido la izquierda revolucionaria egipcia, que ha participado en una manifestación de solidaridad con la lucha siria que ha acabado casi asaltando la embajada de Assad en El Cairo. Pero algunos sí dudan.
Como ocurre con Libia, es evidente la hipocresía de Occidente, que respalda dictaduras por toda la región, pero dice defender la democracia cuando le conviene. Hay que oponerse a cualquier ingerencia occidental, pero sin apoyar al régimen sirio. Y los que argumentan que éste es de alguna manera antiimperialista deben analizar los hechos.
El partido Baaz surgió del nacionalismo árabe, pero el régimen nada tiene que ver con la liberación o el antiimperialismo. En 1976, tropas sirias entraron en el Líbano para apoyar a los falangistas. En 1982, Assad padre reprimió una sublevación popular en la ciudad de Hama, matando a más de 10.000 personas. En 1991, apoyó la primera guerra de EEUU contra Irak. Su hijo se opuso a la segunda guerra, en 2003, pero colabora con EEUU, torturando a islamistas. En 2004, Bashar al-Assad hizo matar a decenas de kurdos, para reprimir las protestas masivas por sus derechos nacionales.
Siria apoya a Hezbolá y Hamas, pero lo hace por sus propios intereses estratégicos, igual que Irán. Siria busca la devolución de los Altos del Golán, un importante territorio ocupado por Israel en 1967; si sus reiterados intentos de negociar con Israel dieran frutos, no tendría ningún inconveniente en abandonar al pueblo palestino o a Hezbolá. De hecho, a Israel no le interesa que Assad caiga ante un movimiento popular, que seguramente sería un aliado mucho más fiable del pueblo palestino que el régimen actual.
En un momento en que millones de personas en el norte de África y en Oriente Medio están luchando por la democracia y la justicia social, es una insensatez argumentar que la mejor defensa contra el imperialismo es un régimen dictatorial y corrupto.
Debemos descartar las teorías de conspiración que atribuyen la sublevación siria a la CIA o al Estado israelí, y apoyar las luchas desde abajo. Pero también debemos analizar los problemas reales del movimiento en Siria.
El régimen sirio parece más fuerte que el egipcio, con un ejército controlado por leales a Assad; está por ver si esta lealtad sobreviviría ante un aumento de la movilización.
La dictadura siria ha conseguido reprimir a casi toda organización social independiente. En cambio, cuando estalló la revolución egipcia, el país llevaba una década de lucha y de desarrollo de movimientos sociales.
En Siria, parece que la organización que hay se basa sobre todo en el islam, por un lado los hermanos musulmanes, por el otro la simple autoorganización desde las mezquitas, por ser de los pocos sitios donde se ha permitido a la gente reunirse.
En todas las revoluciones de la región, el factor religioso es importante, y de ninguna manera es un motivo para negarles apoyo. Sin embargo, gran parte de la cúpula siria viene de la minoría religiosa alauí —una secta chiíta— y el régimen alega que la oposición son “fundamentalistas” sunitas que provocarán una guerra civil sectaria.
Además, Assad ha intentado ganarse el apoyo de la población kurda del país, devolviéndoles la ciudadanía siria, que se les había arrebatado hace medio siglo. La maniobra parece haber fracasado; decenas de miles de kurdos han vuelto a manifestarse.
El factor clave para el avance de los procesos revolucionarios es que se combinen las demandas políticas, por la libertad y la democracia, con las demandas sociales. De esta manera se puede conectar con la gente trabajadora y pobre, sea cual sea su religión o nacionalidad.
Tras semanas de manifestaciones en Egipto, fue la entrada en escena de la clase trabajadora —fruto en parte de la intervención consciente de la izquierda revolucionaria— la que provocó la caída de Mubarak. En Siria, la clase trabajadora es menor, pero las divisiones sociales existen; hay ricos y pobres dentro de cada confesión y grupo nacional.
El problema es que falta una izquierda que plantee esta visión. Hay dos partidos comunistas que, siguiendo la desastrosa trayectoria del estalinismo en la región, respaldan a Assad, limitándose a pedirle algunas reformas democráticas. Igual que el régimen, advierten que las movilizaciones sirven a intereses oscuros. No tienen nada que ofrecer al movimiento.
La esperanza está en la organización y en la conciencia que surjan de la propia lucha.
Un ejemplo de ello viene de Daraa, la ciudad del sur de Siria que ha visto las mayores protestas. Al “Hospital Assad” los manifestantes lo renombraron “Hospital Devuelvan los Altos del Golán”.
En el fondo, los motivos de la oposición son los mismos que en Túnez, Egipto y en el resto de la región. Siria vive bajo un estado de emergencia y bajo el férreo control del partido Baaz desde 1963. Hafez al-Assad tomó el poder en 1970, y a su muerte en 2000, el mando pasó a su hijo, Bashar al-Assad.
Igual que en Túnez y Egipto, la izquierda no puede dudar. Debe apoyar a la oposición. Así lo ha entendido la izquierda revolucionaria egipcia, que ha participado en una manifestación de solidaridad con la lucha siria que ha acabado casi asaltando la embajada de Assad en El Cairo. Pero algunos sí dudan.
Como ocurre con Libia, es evidente la hipocresía de Occidente, que respalda dictaduras por toda la región, pero dice defender la democracia cuando le conviene. Hay que oponerse a cualquier ingerencia occidental, pero sin apoyar al régimen sirio. Y los que argumentan que éste es de alguna manera antiimperialista deben analizar los hechos.
El partido Baaz surgió del nacionalismo árabe, pero el régimen nada tiene que ver con la liberación o el antiimperialismo. En 1976, tropas sirias entraron en el Líbano para apoyar a los falangistas. En 1982, Assad padre reprimió una sublevación popular en la ciudad de Hama, matando a más de 10.000 personas. En 1991, apoyó la primera guerra de EEUU contra Irak. Su hijo se opuso a la segunda guerra, en 2003, pero colabora con EEUU, torturando a islamistas. En 2004, Bashar al-Assad hizo matar a decenas de kurdos, para reprimir las protestas masivas por sus derechos nacionales.
Siria apoya a Hezbolá y Hamas, pero lo hace por sus propios intereses estratégicos, igual que Irán. Siria busca la devolución de los Altos del Golán, un importante territorio ocupado por Israel en 1967; si sus reiterados intentos de negociar con Israel dieran frutos, no tendría ningún inconveniente en abandonar al pueblo palestino o a Hezbolá. De hecho, a Israel no le interesa que Assad caiga ante un movimiento popular, que seguramente sería un aliado mucho más fiable del pueblo palestino que el régimen actual.
En un momento en que millones de personas en el norte de África y en Oriente Medio están luchando por la democracia y la justicia social, es una insensatez argumentar que la mejor defensa contra el imperialismo es un régimen dictatorial y corrupto.
Debemos descartar las teorías de conspiración que atribuyen la sublevación siria a la CIA o al Estado israelí, y apoyar las luchas desde abajo. Pero también debemos analizar los problemas reales del movimiento en Siria.
El régimen sirio parece más fuerte que el egipcio, con un ejército controlado por leales a Assad; está por ver si esta lealtad sobreviviría ante un aumento de la movilización.
La dictadura siria ha conseguido reprimir a casi toda organización social independiente. En cambio, cuando estalló la revolución egipcia, el país llevaba una década de lucha y de desarrollo de movimientos sociales.
En Siria, parece que la organización que hay se basa sobre todo en el islam, por un lado los hermanos musulmanes, por el otro la simple autoorganización desde las mezquitas, por ser de los pocos sitios donde se ha permitido a la gente reunirse.
En todas las revoluciones de la región, el factor religioso es importante, y de ninguna manera es un motivo para negarles apoyo. Sin embargo, gran parte de la cúpula siria viene de la minoría religiosa alauí —una secta chiíta— y el régimen alega que la oposición son “fundamentalistas” sunitas que provocarán una guerra civil sectaria.
Además, Assad ha intentado ganarse el apoyo de la población kurda del país, devolviéndoles la ciudadanía siria, que se les había arrebatado hace medio siglo. La maniobra parece haber fracasado; decenas de miles de kurdos han vuelto a manifestarse.
El factor clave para el avance de los procesos revolucionarios es que se combinen las demandas políticas, por la libertad y la democracia, con las demandas sociales. De esta manera se puede conectar con la gente trabajadora y pobre, sea cual sea su religión o nacionalidad.
Tras semanas de manifestaciones en Egipto, fue la entrada en escena de la clase trabajadora —fruto en parte de la intervención consciente de la izquierda revolucionaria— la que provocó la caída de Mubarak. En Siria, la clase trabajadora es menor, pero las divisiones sociales existen; hay ricos y pobres dentro de cada confesión y grupo nacional.
El problema es que falta una izquierda que plantee esta visión. Hay dos partidos comunistas que, siguiendo la desastrosa trayectoria del estalinismo en la región, respaldan a Assad, limitándose a pedirle algunas reformas democráticas. Igual que el régimen, advierten que las movilizaciones sirven a intereses oscuros. No tienen nada que ofrecer al movimiento.
La esperanza está en la organización y en la conciencia que surjan de la propia lucha.
Un ejemplo de ello viene de Daraa, la ciudad del sur de Siria que ha visto las mayores protestas. Al “Hospital Assad” los manifestantes lo renombraron “Hospital Devuelvan los Altos del Golán”.
Un buen análisis, David. Muy informativo. Gracias.
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