Un siglo de huelgas de masas | Lo económico y lo político
Artículo para el suplemento de En lucha para la huelga general de 29-S.
En este artículo, se explica la importancia, a lo largo de la historia, de las huelgas de masas en el cambio social y como la cuestión política y la cuestión económica se relacionan durante las luchas.
Demasiadas veces se intenta establecer un muro entre la lucha económica y la política. Algunos activistas de la izquierda radical menosprecian las huelgas que “sólo” buscan mejoras económicas y que no cuestionan el sistema capitalista. Por otro lado, donde la izquierda anticapitalista se organiza para solidarizarse con una huelga, es típico que alguien —normalmente un burócrata sindical— diga: “aquí no pintáis nada, no nos interesa la política”. En ambos casos se equivocan.
Primero, porque cada euro de sueldo, o minuto de descanso, que se le pueda arrancar al jefe es importante en sí mismo: nadie debería despreciar una lucha por ello, ni rechazar la solidaridad con esa lucha. Pero, sobre todo, se equivocan porque las luchas económicas y las luchas políticas están íntimamente ligadas. Esto se aplica a cualquier huelga, y doblemente a una huelga general.
Hace más de un siglo, la revolucionaria polaca, Rosa Luxemburg, dijo de la huelga de masas: “En lugar del rígido y vacío esquema de una árida ‘acción’ política, llevada a cabo con cautela y según un plan determinado por las supremas instancias, contemplamos algo vivo, de carne y hueso, que no se puede separar del marco de la revolución…”.
De la relación dialéctica entre la lucha política y económica, escribió: “Cada encrespada ola de la acción política deja tras de sí un residuo fecundo, del que brotan al instante miles de tallos de la lucha económica. Y a la inversa. El permanente estado de guerra económica entre los obreros y el capital mantiene alerta la energía militante durante los momentos de tregua política; constituye, por así decirlo, el constante y viviente depósito de la fuerza de clase proletaria, de donde la lucha política extrae siempre nuevas fuerzas, conduciendo, al mismo tiempo, la lucha económica infatigable del proletariado, unas veces aquí, otras allá, a agudos conflictos aislados que engendran insensiblemente conflictos políticos en gran escala.”
Lo que explicó Luxemburg se ha visto a lo largo de la historia —como se resume en las cajas— y también se ve hoy; desde las huelgas contra la dictadura y por la justicia social que se han llevado a cabo estos últimos años en Egipto hasta las huelgas en la nueva fábrica del mundo, China. Luxemburg habló de la ola de luchas que hizo tambalear al imperio zarista en 1905, no de acciones de un día. Pero la lección fundamental se aplica a cualquier huelga.
Las huelgas limitadas, por demandas inmediatas y económicas, y las huelgas generales o políticas se refuerzan mutuamente. La experiencia de lucha sindical “normal” ayuda a crear las redes de activistas que son necesarias para impulsar una huelga política. Por otro lado, el dinamismo de una huelga política puede arrastrar hacia la lucha a sectores nuevos y precarios que nunca han participado en la actividad sindical tradicional.
Finalmente, una Huelga General de más de un día empieza a poner en tela de juicio la cuestión del poder. Si escasea la comida, si falta transporte público para llegar a la manifestación, si hay que producir periódicos para explicar la lucha… hay tres opciones: Decimos que estamos en huelga y no se hace; Aceptamos que se tiene que hacer y permitimos que los jefes reinicien la actividad, rompiendo así la huelga; O bien, viendo la necesidad, decidimos hacer el trabajo… bajo nuestro control. De esta manera se da un paso por un camino que puede llevar a la revolución desde abajo, con la que derribamos a la burguesía y a su estado, y tomamos el poder desde abajo y democráticamente.
Esto no es un proceso automático. Requiere mucha lucha y mucho debate; se tienen que aprender muchas lecciones muy rápidamente. Si no, el proceso puede descarrilar de mil maneras diversas: por demasiada cautela, por exceso de prisa, etc. Es imprescindible en una situación así la presencia, en los lugares de trabajo, de activistas anticapitalistas, organizadas entre sí, capaces de hacer frente a los cantos de sirena de los dirigentes reformistas y los burócratas sindicales —“déjalo todo en nuestras manos y negociaremos una solución”—; capaces también de ganar para la lucha, con argumentos y paciencia, a nuevos sectores, no abandonando a la primera a los que tardan tiempo en convencerse. Una izquierda así no existe ahora.
Los grupos de la izquierda anticapitalista somos pequeños, fragmentados y poco arraigados en la clase trabajadora. Por otro lado, los dirigentes de la izquierda “transformadora” parlamentaria dedican mil veces más esfuerzo a las elecciones y al trabajo institucional que a fomentar la lucha desde abajo. Pero en una lucha de masas, una nueva izquierda anticapitalista, amplia, arraigada, capaz de impulsar la movilización hasta sus últimas consecuencias, es esencial. No es un lujo; necesitamos a más activistas, coordinadas entre sí, no sólo para las grandes batallas, sino también para los pequeños combates en cada lugar de trabajo. Lo demuestran las experiencias históricas. Si la lucha contra los recortes del gobierno de ZP tira adelante, nuestra propia experiencia lo confirmará otra vez.
Esa ola de luchas decayó, pero el 19 de septiembre de 1905, los tipógrafos de una imprenta moscovita se declararon en huelga. Cobraban por letras, y ¡exigieron que se les pagara también los signos de puntuación! Otra vez, la huelga se extendió. El 13 de octubre, el Soviet de San Petersburgo —formado por delegados de los diferentes grupos en lucha— se reunió por primera vez y declaró una huelga general política, pidiendo derechos democráticos. La revolución de 1905 acabó en derrota —la victoria llegaría, brevemente, en 1917— pero demostró cómo de una huelga por cobrar los puntos y comas podía surgir la democracia obrera directa desde abajo, el soviet.
La huelga de 1934 fue sucedida en 1936 por una ola de huelgas de masas y ocupaciones de fábricas. Tristemente, el PCF consiguió ahogar el espíritu de lucha. Se ató electoralmente a la pequeña burguesía y adoptó el lema “debemos saber cómo terminar una huelga”. Los seguidores de Trotski, que denunció esta política, eran demasiado pocos como para influir en la situación. En 1936, se eligió un nuevo parlamento con mayoría del Frente Popular; cuatro años más tarde, este mismo parlamento cedería el poder a los fascistas.
Pero no debemos olvidar que fue una huelga general la que los había frenado en 1934. Francia nos dio otro ejemplo de la relación entre lo político y lo económico en mayo de 1968, cuando una serie de luchas estudiantiles inspiraron la mayor Huelga General vista hasta ese momento. El mayo francés, con huelgas y ocupaciones, fue, de nuevo, traicionado por el reformismo: el PCF aceptó desconvocar la lucha a cambio de la convocatoria de elecciones… las cuales perdió.
El problema fue que los líderes de Solidarnosc insistieron en que éste se limitase a ser un sindicato y bajo ningún concepto se planteara la toma del poder. La cúpula eclesiástica mantenía la misma opinión. Tristemente, la izquierda occidental, que podía haberles dado otra visión, en su mayoría no apoyó a los trabajadores, sino al Estado polaco. Solidarnosc fue reprimido mediante un golpe militar en 1981, pero su modelo de democracia directa, y su desafío a un régimen estalinista, fue una inspiración para un movimiento en un lugar inesperado… Sudáfrica.
El resultado se vio con la caída de apartheid en los 90. Las huelgas y la organización sindical de la clase trabajadora negra jugaron un papel esencial, pero los frutos de la victoria se los llevaron los dirigentes del CNA… incluyendo a algunos antiguos líderes sindicales. Un caso emblemático es el de Cyril Ramaphosa —anteriormente el dirigente radical del sindicato minero— que entró en las juntas directivas de una serie de grandes empresas y se hizo millonario. Mientras tanto, las divisiones sociales se volvieron aún más grandes.
Se podría decir que, con las recientes huelgas en Sudáfrica, la clase trabajadora intenta cobrarse una factura de hace casi dos décadas. Esta vez, será esencial que se aprenda una lección clave: la lucha sindical y la lucha política son indivisibles.
En este artículo, se explica la importancia, a lo largo de la historia, de las huelgas de masas en el cambio social y como la cuestión política y la cuestión económica se relacionan durante las luchas.
Demasiadas veces se intenta establecer un muro entre la lucha económica y la política. Algunos activistas de la izquierda radical menosprecian las huelgas que “sólo” buscan mejoras económicas y que no cuestionan el sistema capitalista. Por otro lado, donde la izquierda anticapitalista se organiza para solidarizarse con una huelga, es típico que alguien —normalmente un burócrata sindical— diga: “aquí no pintáis nada, no nos interesa la política”. En ambos casos se equivocan.
Primero, porque cada euro de sueldo, o minuto de descanso, que se le pueda arrancar al jefe es importante en sí mismo: nadie debería despreciar una lucha por ello, ni rechazar la solidaridad con esa lucha. Pero, sobre todo, se equivocan porque las luchas económicas y las luchas políticas están íntimamente ligadas. Esto se aplica a cualquier huelga, y doblemente a una huelga general.
Hace más de un siglo, la revolucionaria polaca, Rosa Luxemburg, dijo de la huelga de masas: “En lugar del rígido y vacío esquema de una árida ‘acción’ política, llevada a cabo con cautela y según un plan determinado por las supremas instancias, contemplamos algo vivo, de carne y hueso, que no se puede separar del marco de la revolución…”.
De la relación dialéctica entre la lucha política y económica, escribió: “Cada encrespada ola de la acción política deja tras de sí un residuo fecundo, del que brotan al instante miles de tallos de la lucha económica. Y a la inversa. El permanente estado de guerra económica entre los obreros y el capital mantiene alerta la energía militante durante los momentos de tregua política; constituye, por así decirlo, el constante y viviente depósito de la fuerza de clase proletaria, de donde la lucha política extrae siempre nuevas fuerzas, conduciendo, al mismo tiempo, la lucha económica infatigable del proletariado, unas veces aquí, otras allá, a agudos conflictos aislados que engendran insensiblemente conflictos políticos en gran escala.”
Lo que explicó Luxemburg se ha visto a lo largo de la historia —como se resume en las cajas— y también se ve hoy; desde las huelgas contra la dictadura y por la justicia social que se han llevado a cabo estos últimos años en Egipto hasta las huelgas en la nueva fábrica del mundo, China. Luxemburg habló de la ola de luchas que hizo tambalear al imperio zarista en 1905, no de acciones de un día. Pero la lección fundamental se aplica a cualquier huelga.
Las huelgas limitadas, por demandas inmediatas y económicas, y las huelgas generales o políticas se refuerzan mutuamente. La experiencia de lucha sindical “normal” ayuda a crear las redes de activistas que son necesarias para impulsar una huelga política. Por otro lado, el dinamismo de una huelga política puede arrastrar hacia la lucha a sectores nuevos y precarios que nunca han participado en la actividad sindical tradicional.
Finalmente, una Huelga General de más de un día empieza a poner en tela de juicio la cuestión del poder. Si escasea la comida, si falta transporte público para llegar a la manifestación, si hay que producir periódicos para explicar la lucha… hay tres opciones: Decimos que estamos en huelga y no se hace; Aceptamos que se tiene que hacer y permitimos que los jefes reinicien la actividad, rompiendo así la huelga; O bien, viendo la necesidad, decidimos hacer el trabajo… bajo nuestro control. De esta manera se da un paso por un camino que puede llevar a la revolución desde abajo, con la que derribamos a la burguesía y a su estado, y tomamos el poder desde abajo y democráticamente.
Esto no es un proceso automático. Requiere mucha lucha y mucho debate; se tienen que aprender muchas lecciones muy rápidamente. Si no, el proceso puede descarrilar de mil maneras diversas: por demasiada cautela, por exceso de prisa, etc. Es imprescindible en una situación así la presencia, en los lugares de trabajo, de activistas anticapitalistas, organizadas entre sí, capaces de hacer frente a los cantos de sirena de los dirigentes reformistas y los burócratas sindicales —“déjalo todo en nuestras manos y negociaremos una solución”—; capaces también de ganar para la lucha, con argumentos y paciencia, a nuevos sectores, no abandonando a la primera a los que tardan tiempo en convencerse. Una izquierda así no existe ahora.
Los grupos de la izquierda anticapitalista somos pequeños, fragmentados y poco arraigados en la clase trabajadora. Por otro lado, los dirigentes de la izquierda “transformadora” parlamentaria dedican mil veces más esfuerzo a las elecciones y al trabajo institucional que a fomentar la lucha desde abajo. Pero en una lucha de masas, una nueva izquierda anticapitalista, amplia, arraigada, capaz de impulsar la movilización hasta sus últimas consecuencias, es esencial. No es un lujo; necesitamos a más activistas, coordinadas entre sí, no sólo para las grandes batallas, sino también para los pequeños combates en cada lugar de trabajo. Lo demuestran las experiencias históricas. Si la lucha contra los recortes del gobierno de ZP tira adelante, nuestra propia experiencia lo confirmará otra vez.
Rusia 1905
Bajo el imperio zarista, Rusia era poco desarrollada y muy represiva. Pero en 1905 el país vivió unas huelgas de masas sin precedentes, que inspirarían a Rosa Luxemburg a escribir su obra. El 3 de enero, en la enorme fábrica de Putilov, un sindicato —que la propia policía había creado “para apartar a los trabajadores de los rojos”— convocó una huelga por temas locales. Cuatro días más tarde, todo San Petersburgo estaba en huelga general. Una manifestación de huelguistas —ametrallada por el régimen, causando más de mil muertos— fue el detonante de la revolución de 1905 que se extendió por el país entero.Esa ola de luchas decayó, pero el 19 de septiembre de 1905, los tipógrafos de una imprenta moscovita se declararon en huelga. Cobraban por letras, y ¡exigieron que se les pagara también los signos de puntuación! Otra vez, la huelga se extendió. El 13 de octubre, el Soviet de San Petersburgo —formado por delegados de los diferentes grupos en lucha— se reunió por primera vez y declaró una huelga general política, pidiendo derechos democráticos. La revolución de 1905 acabó en derrota —la victoria llegaría, brevemente, en 1917— pero demostró cómo de una huelga por cobrar los puntos y comas podía surgir la democracia obrera directa desde abajo, el soviet.
Francia 1934
El 6 de febrero de 1934, los fascistas franceses realizaron un asalto al poder. En respuesta, la central sindical socialista, la CGT, convocó una huelga general para el 12 de febrero; tras vacilar durante unos días, se sumó el sindicato minoritario, liderado por el Partido Comunista Francés (PCF). Durante años, el sectarismo —impuesto al PCF por Stalin— había impedido cualquier acción unitaria. Aquel día, los trabajadores socialistas y comunistas se unieron en la calle, bajo el grito de “¡Unidad, unidad!”La huelga de 1934 fue sucedida en 1936 por una ola de huelgas de masas y ocupaciones de fábricas. Tristemente, el PCF consiguió ahogar el espíritu de lucha. Se ató electoralmente a la pequeña burguesía y adoptó el lema “debemos saber cómo terminar una huelga”. Los seguidores de Trotski, que denunció esta política, eran demasiado pocos como para influir en la situación. En 1936, se eligió un nuevo parlamento con mayoría del Frente Popular; cuatro años más tarde, este mismo parlamento cedería el poder a los fascistas.
Pero no debemos olvidar que fue una huelga general la que los había frenado en 1934. Francia nos dio otro ejemplo de la relación entre lo político y lo económico en mayo de 1968, cuando una serie de luchas estudiantiles inspiraron la mayor Huelga General vista hasta ese momento. El mayo francés, con huelgas y ocupaciones, fue, de nuevo, traicionado por el reformismo: el PCF aceptó desconvocar la lucha a cambio de la convocatoria de elecciones… las cuales perdió.
Polonia 1980
A finales de los años 70, ante los graves problemas económicos del país, la clase dirigente de Polonia intentó hacer que los trabajadores pagasen el pato: subieron los precios. Estalló una ola de huelgas que en agosto de 1980 dieron lugar a Solidarnosc. Éste se encontraba entre un combativo sindicato y una red de consejos obreros. Llegó a contar con diez millones de trabajadores y abrió las posibilidades de instaurar un Estado obrero de verdad en Polonia.El problema fue que los líderes de Solidarnosc insistieron en que éste se limitase a ser un sindicato y bajo ningún concepto se planteara la toma del poder. La cúpula eclesiástica mantenía la misma opinión. Tristemente, la izquierda occidental, que podía haberles dado otra visión, en su mayoría no apoyó a los trabajadores, sino al Estado polaco. Solidarnosc fue reprimido mediante un golpe militar en 1981, pero su modelo de democracia directa, y su desafío a un régimen estalinista, fue una inspiración para un movimiento en un lugar inesperado… Sudáfrica.
Sudáfrica, los 80 y hoy
En la larga lucha contra el apartheid, se reconoce con razón el papel del Congreso Nacional Africano (CNA), pero éste no fue el único protagonista. En los años 70 surgió, dentro de la masiva clase trabajadora negra sudafricana, un nuevo movimiento sindical. Los sindicalistas más combativos, los “obreristas”, se inspiraron en Solidarnosc y en la idea del socialismo autogestionado, frente al modelo estalinista asociado con el CNA. También denunciaron que con el CNA los intereses de la clase trabajadora quedarían subordinados a los de la pequeña burguesía. En esto, tenían toda la razón. Pero su “obrerismo” también supuso actuar sólo como sindicalistas y no crear una alternativa política al CNA. En la lucha contra el apartheid, surgieron desafíos políticos ante los que la lucha sindical fue necesaria, pero no suficiente. Los dirigentes sindicales obreristas acabaron cediendo, en lo político, a la hegemonía del CNA.El resultado se vio con la caída de apartheid en los 90. Las huelgas y la organización sindical de la clase trabajadora negra jugaron un papel esencial, pero los frutos de la victoria se los llevaron los dirigentes del CNA… incluyendo a algunos antiguos líderes sindicales. Un caso emblemático es el de Cyril Ramaphosa —anteriormente el dirigente radical del sindicato minero— que entró en las juntas directivas de una serie de grandes empresas y se hizo millonario. Mientras tanto, las divisiones sociales se volvieron aún más grandes.
Se podría decir que, con las recientes huelgas en Sudáfrica, la clase trabajadora intenta cobrarse una factura de hace casi dos décadas. Esta vez, será esencial que se aprenda una lección clave: la lucha sindical y la lucha política son indivisibles.
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