La larga lucha del pueblo palestino

 


Artículo escrito para Quetzal, la revista de l’Associació d’Amistat amb el Poble de Guatemala, Catalunya, en marzo de 2009.

El terrible bombardeo sufrido por la población de Gaza a principios de este año volvió a poner en primera plana la situación de Palestina. Muchos países vivieron movilizaciones sin precedentes en solidaridad con el pueblo palestino. Pero esta solidaridad frente a la masacre no ha evitado que cundan muchas confusiones tanto respecto a Palestina como al Estado de Israel.

En este espacio, se intentará explicar las raíces históricas del conflicto, para ayudarnos a ubicarnos ante la situación y los debates actuales.

El sionismo y el imperialismo

Durante el bombardeo a Gaza, los defensores de Israel acusaron de antisemitismo, o si se prefiere, judeofobia, a los movimientos en solidaridad con Palestina. Para entender la cuestión de Israel y Palestina, hay que distinguir entre lo que es judaísmo como religión milenaria, y el sionismo, una ideología política bastante reciente.

A finales del s.XIX, el periodista austrohúngaro, Theodor Herzl, argumentó que la única solución para los judíos, ante al rampante antisemitismo de la época, era la creación de un Estado propio. Fue inspirado por los movimientos nacionalistas que se extendieron por Europa, pero a diferencia de ellos, no representaba a un pueblo con un territorio que quería liberarse de dominio exterior, sino a los creyentes de una religión, la mayor parte de los cuales no tenían interés en abandonar su país de nacimiento.

A falta de un territorio que liberar, y de un movimiento para liberarlo, el sionismo desde el mismo principio, dependía del apoyo de los poderes imperialistas para conseguir sus fines.

Herzl intentó conseguir el apoyo casi todas las grandes potencias de la época, con proyectos de crear “Israel” en sitios tan dispares como Argentina, Madagascar, Uganda… Al final, en 1917, el imperio británico —por intereses propios, que tenían que ver con las rutas marítimas hacia su colonia clave en India— emitió la declaración de Balfour, apoyando “el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. En 1922, la Sociedad de Naciones —antecesor de la ONU— cedió el “mandato” sobre Palestina a Gran Bretaña, convirtiendo al imperio británico en el poder colonial, con la responsabilidad explícita de apoyar la creación de ese “hogar nacional”.

La colonización sionista hizo crecer la población judía en Palestina de 60.000 en 1918 a 174.610 en 1931, y a 384.078 en 1936. La Agencia Judía —institución clave de la colonización— adquirió cada vez más tierras, comprándolas a los grandes terratenientes árabes, y desalojando a los campesinos cuyas familias llevaban a veces siglos cultivándolas. Mientras tanto, la organización laboral, Histadrut, se dedicó a imponer la política sionista de sólo mano de obra judía: presionaron a los patronos judíos que empleaban a árabes para que los despidieran, e iban por el mercado destrozando los productos de los vendedores árabes.

Con todo, el sionismo seguía siendo una visión minoritaria entre la gente judía del mundo, como demuestran las cifras de emigración. Entre 1880 y 1929, un total de 120.000 judíos emigraron a Palestina, principalmente desde Rusia y Europa del este. En el mismo período, más de 3 millones emigraron a América del Norte, y 490.000 a Europa occidental.

La destrucción de Palestina

La propaganda sionista se refería a Palestina como “una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra”. Hasta el s.XX, había poca conciencia nacional en Palestina, pero la tierra era muy poblada, y las intervenciones coloniales hicieron surgir una identidad nacional palestina entre sus habitantes.

Su descontento bajo el mandato británico y la colonización sionista explotó en 1936 en una masiva revuelta. Desafortunadamente, el liderazgo palestino todavía consistía en representantes feudales, incluyendo a algunos de los mismos notables que habían vendido tierras a los colonos, permitiendo así el desalojo de los campesinos palestinos que llevaban generaciones cultivándolas. La valentía de muchos luchadores de base no pudo evitar que estos dirigentes apagasen la revuelta, abriendo el camino a una dura represión a manos de las fuerzas británicas, así como de las milicias sionistas.

La terrible experiencia del auge de los nazis en Europa, con al Holocausto y la matanza a millones de judíos —sin olvidar a los homosexuales, los gitanos, los sindicalistas, los izquierdistas…— hizo que el sionismo dejase de ser una corriente minoritaria entre la gente judía. Un factor clave fue el hecho de que los gobiernos de Gran Bretaña y EEUU cerrasen la puerta a los refugiados judíos que intentaban huir de la matanza fascista. Como había vaticinado Herzl en 1896, el antisemitismo dio “el ímpetu necesario” al sionismo.

Tras la Segunda Guerra Mundial, las mismas potencias cuyas acciones y pasividad habían contribuido al Holocausto votaron en 1947 en la ONU la creación de un Estado judío en el 57% de Palestina. Las fuerzas militares sionistas, fuertemente armadas, principalmente por la Checoslovaquia “comunista”, llevaron la guerra a las zonas palestinas. Hicieron lo que el historiador israelí, Ilan Pappe, ha nombrado una limpieza étnica. Al final, expulsó a alrededor de un millón de palestinos, y crearon el Estado de Israel en el 77% del territorio histórico de Palestina.

Los israelíes la llaman una “guerra de liberación”. Para los palestinos, fue la Nakba, la catástrofe.

Israel y el imperialismo

Los pocos palestinos que consiguieron quedarse en su tierra —unas 160.000 personas, del total de 1,2 millones— empezaron un largo calvario. Fueron ciudadanos de tercera clase: los de primera fueron los judíos de origen europeo; los de segunda, los judíos de origen árabe, los mizrahi, a los que el sionismo había ignorado, hasta que los necesitaba debido a la matanza a la población judía europea en el Holocausto.

Cientos de miles más fueron refugiados, fuera de Palestina, principalmente en países árabes vecinos.

Y finalmente, entorno a medio millón de palestinos vivieron en Cisjordania —bajo control de la monarquía prooccidental de Jordania— y Gaza —bajo control militar egipcio—.

Mientras, el Estado de Israel se hacía cada vez más fuerte. Al principio, mantuvo una imagen de neutralidad en la guerra fría, recibiendo apoyo de ambos bandos. Pero su apoyo a Gran Bretaña y Francia en su fracasada intervención contra el régimen nacionalista árabe de Nasser en Egipto, en 1956, atrajo la atención de EEUU. Éste temía la pérdida de influencia en Oriente medio, con su enorme riqueza petrolífera, ante la extensión de gobiernos nacionalistas árabes. El éxito israelí en la guerra de 6 días, en 1967, lo convirtió, definitivamente, en su aliado preferido en la región. Ni siquiera la monarquía de Arabia Saudí — prooccidental, ultraconservador y muy rica— podía ofrecer la misma seguridad, porque siempre estaba bajo la amenaza de una sublevación por su propia población. Israel, como un Estado colonial, no corría ningún riesgo de inestabilidad interna.

La ayuda estadounidense a Israel iba aumentando para llegar a miles de millones de dólares al año, gran parte de ella en ayuda militar. Además, la colaboración en la industria armamentística convirtió al Estado sionista en un productor importante, capaz de proporcionar armas a los aliados de EEUU que este país no podía, por ejemplo a las dictaduras militares de América Latina, desde Chile hasta Guatemala y, de forma especial, al régimen racista de Sudáfrica.

A principios de los años 80, cuando Israel invadió Líbano —ayudando a las milicias falangistas libanesas a masacrar a miles de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en el sur de Beirut— el régimen sionista disfrutaba del pleno apoyo de Occidente.

La resistencia palestina

El efecto inmediato de la Nakba fue noquear al pueblo palestino, pero poco a poco surgieron movimientos de oposición. Activistas ligados a los Hermanos Musulmanes de Egipto iniciaron una lucha guerrillera desde Gaza. En 1954, estudiantes palestinos basados en el Cairo, incluyendo a Yasir Arafat, crearon Fatah. Esta organización, dedicada a impulsar la lucha guerrillera contra Israel, creció rápidamente en Gaza y Cisjordania así como en los campos de Jordania y Siria.

Ante la amenaza de su radicalismo, los gobiernos árabes, sobre todo Nasser de Egipto, crearon en 1964 la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), bajo el liderazgo de un dirigente palestino tradicional, para que ésta fuese la voz reconocida del pueblo palestino. La jugada les salió mal; el descrédito de estos gobiernos tras su derrota en la guerra de 1967 abrió el camino a Fatah para tomar el control de la OLP.

Por todo el compromiso y heroísmo de Fatah, éste reflejó tanto los puntos fuertes como las debilidades de los movimientos políticos árabes de la época, dominados por las ideas estalinistas o del nacionalismo árabe.

Bajo Arafat, la OLP seguía siendo una organización poco democrática, dirigida desde arriba, La mitad de la representación en el Congreso Nacional Palestino —el “parlamento palestino”— se otorgó directamente a las organizaciones profesionales. Esto fue reflejo de que Fatah era dirigido por intelectuales de clase media: abogados, médicos, ingenieros… Su objetivo no era acabar con el sistema explotador que regía en Oriente Medio, sino tener su propio Estado dentro de él.

Fatah quería llevar a cabo una lucha guerrillera contra Israel: una política más radical que la de los gobiernos árabes, a los que criticaba. Pero buscaba la ayuda de estos mismos gobiernos, y a cambio, se comprometió a no intervenir en las luchas en sus países. Pero las divisiones sociales eran cada vez más fuertes en toda la región, y darían lugar a crisis que no se podían evitar.

Es más: el apoyo a Israel del imperialismo estadounidense significaba que no se podría derrotar al sionismo sin la movilización masiva de las poblaciones de la región, y ésta era impensable sin poner en cuestión las dictaduras árabes; algo que Arafat excluía totalmente. En vez de esto, buscaba y recibía apoyo y armas del bloque soviético.

Proceso sin paz ni justicia

A finales de los años 80, varios factores llevaron al inicio del mal nombrado “proceso de paz”.

A finales de 1987, el asesinato a sangre fría de 4 palestinos en Gaza por un militar israelí, desató la primera Intifada, o levantamiento. Activistas, principalmente jóvenes, en Cisjordania y Gaza, se enfrentaron a la ocupación militar israelí. A cambio de la estrategia guerrillera de Fatah y la OLP de la década anterior, fue un movimiento de masas, con manifestaciones y huelgas, impulsado por una nueva dirección surgida dentro de estos territorios; la dirección de la OLP había estado en el exilio desde hace años. Sin embargo, la organización tenía suficiente prestigio como para poder conseguir el control del movimiento el año siguiente.

La fuerza de la Intifada hizo que Israel no pudiese continuar la ocupación de Cisjordania y Gaza sin más; tuvo que buscar una solución a la crisis.

Pero el cambio más grande vino del lado de la OLP, que empezó el abandono de los principios que había defendido desde sus inicios.

Este giro se explica en parte por la grave crisis del bloque soviético.  En 1989 cayó el muro de Berlín, y la propia URSS se disolvió en 1991. Igual que pasó a innumerables organizaciones de izquierdas o guerrilleras de todo el mundo —y no sólo las estrictamente prosoviéticas— con esto la OLP pareció abandonar la idea de que las coses pudiesen cambiar. Fue la época de las ideas —siempre superficiales— del “pensamiento único” y de un “mundo unipolar”.

Esta pérdida de lo que había sido —tras el acercamiento de Israel a occidente— una fuente de dinero y armas para la OLP se combinó con el hecho, cada vez más evidente, de que los regímenes árabes no iban a hacer nada para conseguir la justicia para los palestinos.

Así que la OLP, con Arafat y Fatah a la cabeza, adoptó el “realismo” de hacer las paces con Israel y EEUU, e inició su conversión en lo que es hoy.

En 1988, la OLP dejó de exigir el final del sionismo y el derecho del pueblo palestino a todo su territorio histórico, para aceptar la idea de un Estado palestino sólo en Cisjordania y Gaza.

El “proceso de paz” entre la OLP y Israel que empezó en los años después dieron, como su primer fruto, los acuerdos de Oslo, de agosto de 1993. Aquí, la OLP formalmente reconoció “el derecho del Estado de Israel de existir en paz y seguridad”. A cambio, Israel reconoció a la OLP como representante del pueblo palestino, y acordó la creación de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza —así como la resolución de otros asuntos de “estatus final”, como el de los refugiados— tras un “período de transición” de 5 años.

La gran trampa es que el “proceso de paz” continúa de forma interminable, sin llegar nunca a una resolución.

Han pasado casi 16 años desde la firma de los acuerdos de Oslo, e Israel sigue sin salir de los territorios ocupados en 1967; de hecho, cada mes construye más colonias en Cisjordania, y el muro de apartheid trocea el territorio. Así Israel deja claro que, aunque fuera viable un Estado palestino partido entre Cisjordania y Gaza, no lo va a permitir. Una solución para los refugiados está más lejos que nunca, y los acuerdos ni se plantearon mejorar la situación de los palestinos que son ciudadanos del Estado de Israel.

Es esencial entender que este fracaso para los palestinos representa el éxito del proceso para Israel. El Estado sionista no podría coexistir con un Estado independiente y representativo del pueblo palestino, porque cualquier estado que realmente representase a los palestinos exigiría su derecho de volver a los hogares de los que ellos —o sus padres o abuelos— fueron expulsados en 1948.

Esto explica los fallos —la corrupción, la falta de democracia…— de la Autoridad Nacional Palestina bajo Arafat, y más aún bajo su sucesor Mahmud Abbas. Un tema insistente en los acuerdos de Oslo es la creación de una fuerte policía, para mantener el “orden público” en las zonas de controlo palestino. En realidad, los acuerdos de Oslo, y el conjunto del proceso de paz, suponían la subcontratación a la OLP de ciertas funciones de la ocupación y represión israelíes.

Por poner un ejemplo, está documentado que Mohamed Dahlan —el dirigente en Gaza de la OLP, hasta su expulsión por Hamas en 2007— colaboraba con los servicios secretos de EEUU e Israel, y encarcelaba y torturaba a activistas de la organización islamista. Esto no es su fallo personal; es la lógica del “proceso de paz”.

La subida de Hamas

La trayectoria de la OLP y de Fatah explica el auge de Hamas. Éste surgió en Gaza en los años 80 como un grupo de los Hermanos Musulmanes, la histórica organización islamista de Egipto. Parece que, en sus inicios, recibió apoyo de Israel, entonces obsesionado con reducir la influencia de Yasir Arafat.

De todas formas, tras la primera Intifada, y las traiciones de la OLP, Hamas creció, y evidentemente dejó de ser bien visto por Israel.

Su popularidad se debe sólo en parte a su ideología islamista; sobre todo refleja sus años de trabajo en la creación de centros de atención sanitaria, escuelas, y en general redes de apoyo que la OLP —centrada en su función policial— no había construido. A la vez, donde la OLP cedía cada vez más a Israel, Hamas mantenía su defensa de las demandas históricas palestinas; la creación de un Estado en el conjunto del territorio de Palestina y el derecho de retorno de los refugiados. Hamas rechazaba la lógica del proceso de paz.

Aún así, la organización evolucionó; en 2005 abandonó la táctica de atentados suicidas contra civiles, y en enero de 2006 se presentó a las elecciones a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y ganó.

Este paso demostraba una actitud táctica nada fundamentalista: la propia ANP era producto el proceso de paz que rechazaban, pero la realidad imponía su participación. Asimismo, sin abandonar su objetivo de crear un Estado palestino en todo su territorio histórico, anunció su disposición a respetar una larga tregua con el Estado de Israel si éste aceptaba la creación de un Estado palestino en los territorios ocupados en 1967, con Jerusalén este como su capital. El documento fundacional de Hamas, en 1988, había incluido formulaciones antisemitas; ahora declaran que “Nuestro conflicto no es con los judíos, nuestro problema es con la ocupación”.

Aun así, ante la victoria de Hamas, Israel —apoyado por EEUU y todos los países de la UE— impuso sanciones a los palestinos: Israel empezó a retener los impuestos cobrados a palestinos trabajando en Israel, que según los acuerdos debían entregarse a la ANP, y los donantes internacionales cortaron la ayuda de la que depende Palestina para sobrevivir.

Hamas impulsó un gobierno de unidad bajo Primer Ministro, Ismail Haniyeh, de Hamas, incluyendo a ministros de Fatah. Pero la dirección de esta organización —presionada por Israel y EEUU para no colaborar con Hamas— repetidamente bloqueó estos esfuerzos. En Gaza, Fatah, bajo la dirección de Mohamed Dahlan, intentó imponerse con las armas, creando condiciones en la Franja parecidas a una guerra civil. En el verano de 2007, Hamas expulsó a las fuerzas de Dahlan, y así acabaron con el conflicto armado, pero la respuesta de Israel y sus aliados —que en este momento incluía a la dirección de Fatah— fue endurecer convertir las sanciones a Gaza en un estado de sitio. Mahmud Abbas, presidente de la ANP, efectuó un golpe de Estado, expulsando a Hamas del gobierno y creando una nueva administración.

Efectivamente, creó dos entidades palestinas; Gaza, bajo el control de Hamas, el ganador de las elecciones de enero de 2006; y Cisjordania, en manos de los perdedores. En Gaza, como denunció la prensa internacional, Hamas actuó contra simpatizantes de Fatah. Pero en Cisjordania, la administración de Fatah detuvo a centenares de personas, incluyendo a muchos parlamentarios de Hamas y cerraron entidades sociales afines a la organización islamista, o simplemente independientes, sin levantar las mismas denuncias. Volvieron a las políticas económicas neoliberales que habían impulsado antes de perder el poder; llegaron incluso a celebrar en 2008 una conferencia de inversores, patrocinada por empresas como Coca Cola e Intel.

Así que, antes del reciente ataque israelí contra Gaza, la dirección de Fatah estaba codeando con banqueros y empresarios israelíes, estadounidenses y europeos, mientras la población de Cisjordania sufría la pobreza y la represión, y la de Gaza estaba encarcelada y sin servicios básicos.

El ataque a Gaza y la repuesta popular

Israel empezó el bombardeo a Gaza el 27 de diciembre de 2008, presentándolo como una respuesta a los ataques con cohetes. De hecho, Israel había roto repetidamente la tregua acordada en junio de 2008, con ataques militares y endureciendo del bloqueo a la Franja. En diciembre, ni Israel ni Hamas aceptó renovar el alto el fuego.

De todas formas, las cifras espectaculares manejadas por Israel, de miles de cohetes disparados, son engañosas. Según los servicios de inteligencia israelíes, los cohetes disparados desde Gaza mataron a 14 personas en Israel entre 2001 y el inicio del bombardeo.

En el mismo período, los ataques israelíes mataron a más de 4.500 palestinos, unos 900 de ellos siendo menores. A esta cifra se tendría que añadir los muertos debido a la falta de luz, agua y servicio sanitario en Gaza, o enfermos muertos en Cisjordania porque los checkpoints les impedían llagar al hospital.

Y una vez iniciado el último ataque a Gaza, la desproporción se mantuvo, con 13 muertos israelíes —4 de ellos civiles— frente a unos 1.300 muertos palestinos.

Se puede compartir o no los métodos y las ideas de Hamas, pero debe ser obvio que responden a una larga opresión y una serie interminable de crímenes de guerra por parte de Israel. Así queda al descubierto la actitud de EEUU y de la UE —incluyendo al gobierno español— que culparon a Hamas del conflicto.

Incluso algunos sectores del movimiento se dejaron engañar —no está claro si por la docena de bajas israelíes o por las ideas islamistas de Hamas— y mantuvieron una actitud de “ni con estos ni con los otros”. Esta supuesta neutralidad debe recordarnos las palabras de Paolo Freire: “En el conflicto entre el poderoso y el desposeído, el no intervenir no significa ser neutral sino ponerse al lado del poderoso.”

Los mismos motivos que llevaron a decenas de miles de activistas a solidarizarse con los movimientos de liberación en América Central, a pesar de las diferencias que pudieran existir (de hecho, a veces éstas se callaron excesivamente), nos deben llevar hoy a solidarizarnos con la resistencia palestina, actualmente liderada por Hamas.

De todas formas, hubo protestas inéditas contra el ataque israelí, con las mayores manifestaciones en solidaridad con Palestina nunca registradas en muchas ciudades del mundo. En Barcelona y en Madrid, el 10 de enero, las protestas sumaron a más de 100.000 personas cada una.

Al final, y a pesar de la matanza, Israel tuvo que retirarse de Gaza sin lograr sus objetivos; ni destrozaron a Hamas, ni tampoco liberaron el soldado suyo que está en manos de esta organización desde hace 3 años (como siempre, no debemos dejar que los medios nos hagan olvidar los más de 10.000 palestinos secuestrados por Israel).

La opresión continua: la solidaridad también

El conflicto de Gaza desapareció de los titulares, pero el problema no terminó.

Israel sigue atacando la Franja, aunque con menos intensidad, y el conjunto del pueblo palestino sigue sufriendo igual que antes.

Evidentemente, no se pueden celebrar masivas manifestaciones cada semana, pero la solidaridad con Palestina es más necesaria que nunca.

Un efecto positivo del auge de protestas de los últimos meses es una mayor comprensión de la importancia de la campaña de boicot al Estado de Israel. Ésta responde a la llamada en 2005 de 200 organizaciones sociales palestinas, por una campaña parecida a la que contribuyó a la caída de apartheid en Sudáfrica. Ya estaba en marcha en varios países, pero la masividad de las recientes movilizaciones puede permitir que deje de ser minoritaria, para llegar a constituir un gran grito de solidaridad con Palestina, y de rechazo a las políticas racistas del actual Estado de Israel.

Queremos la paz en Palestina, en Oriente Medio, y en el mundo entero. Para conseguir esta paz, debemos luchar contra la opresión y por la justicia. Hoy en día, esta lucha tiene como un elemento clave la solidaridad con el pueblo palestino.

 

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