Trotskismo

Artículo aparecido en En lucha no 74, junio de 2002

A veces, en diferentes luchas y movimientos, se oye el comentario, dirigido a algún grupo, “son trotskistas”. Normalmente, las palabras se expresan de forma despectiva.

¿Qué significa el trotskismo?

Trotski fue un marxista ruso, activo en la primera parte del siglo XX, que llegó a la fama como uno de los grandes dirigentes de la revolución de octubre, junto a Lenin.

La primera contribución de Trotski vino después de la fracasada revolución rusa de 1905. La enorme mayoría de la izquierda marxista pensaba que una revolución en Rusia sólo podía ser burguesa y que se tendría que aplazar la lucha por el socialismo a un futuro más lejano. Trotski, mirando las cosas desde una perspectiva internacional, llegó a la conclusión de que en Rusia se tenía que hacer una revolución socialista, con la condición imprescindible de que se extendiera internacionalmente. Los hechos le darían la razón.


Más tarde, se resistió a la idea, defendida por Stalin, de socialismo en un solo país, lo que fue una excusa para explotar a los trabajadores y campesinos rusos. Se opuso a la burocracia de la URSS, a la que tachó de contrarrevolucionaria, aunque, hasta su muerte a manos de un asesino estalinista, Trotski siguió pensando que seguían en pie algunos logros de la revolución.

Otra contribución clave fue frente al fascismo. Stalin se negó a permitir a los Partidos Comunistas el unirse a luchas con los socialdemócratas, y luego dio un giro para unirse con las “burguesías progresistas”, (el Frente Popular) una unidad que llevó a la derrota de la revolución española. Trotski, en cambio, defendía la unidad en la lucha de la clase trabajadora, (el Frente Unico) a la vez del debate abierto y fraterno entre los revolucionarios y los reformistas.

Desde 1917 en adelante, Trotski siempre tenía clara la necesidad de una organización revolucionaria, marxista y internacionalista.

En todo esto, la izquierda revolucionaria de hoy tiene una deuda enorme con Trotski. Incluso se podría decir que ahora nadie puede definirse de marxista revolucionario si no aprende de la herencia de Trotski.

Por tanto, frente a la pregunta, “¿sois trotskistas?” debemos decir claramente que sí, que apoyamos a Trotski frente a Stalin.

Sin embargo, la pregunta tampoco es tan sencilla. Desgraciadamente —tanto para Trotski como para nosotros hoy en día— muchos de los grupos que dicen ser sus seguidores son muy poco atractivos. Demasiadas veces, los grupos “trotskistas” destacan por su sectarismo, por estar obsesionados con su propio programa, y en vez de participar y aprender de las luchas reales, se limitan a repetir demandas tales como “nacionalizar los monopolios”, “planificar la economía”, etc., sin hacer el menor caso a la situación concreta.

¿Qué pasó?

Antes de ser asesinado, Trotski fundó la Cuarta Internacional, compuesta de pequeños grupos de sus seguidores en diferentes países. Pocos años antes, había dicho que no tendría sentido hacer tal cosa, pero la urgencia de la situación, con el crecimiento del fascismo, los trastornos políticos en la URSS y el acercamiento de la Segunda Guerra Mundial le convencieron, primero, de que se tenía que actuar de forma inmediata y segundo, de que su organización podría arraigarse rápidamente en las nuevas y masivas luchas que seguirían a la guerra. Predijo que habría revoluciones en Occidente y que la burocracia estalinista no sobreviviría a la guerra.

Ahora sabemos que las cosas no ocurrieron así. Hubo luchas importantes en Francia y otros países liberados del fascismo, pero los partidos comunistas —bajo órdenes estrictas de Stalin— lograron contenerlas y mantener el poder en manos de la burguesía. El estalinismo, mientras tanto, lejos de desaparecer, se extendió a media Europa.

Lo único que se podía hacer fue volver a analizar las cosas, manteniendo los principios revolucionarios, pero aplicándolos a la nueva situación.*

El problema fue que, con la muerte de Trotski, la Cuarta Internacional carecía de dirigentes capaces de plantearse tal tarea. Lo único que estaban dispuestos a hacer era repetir las fórmulas de Trotski, en un intento estéril de mantener su “ortodoxia trotskista”.

Esta actitud ha tenido resultados desastrosos para los que la adoptaron.

Siguiendo “las palabras de Trotski”, muchos grupos vieron elementos progresistas en los regímenes dictatoriales del Este, mientras que otros cayeron en un anticomunismo simplista, que no entendió la importancia de las bases combativas de los partidos comunistas occidentales. Algunos grupos “trotskistas” se declaran, públicamente, como “la vanguardia de la clase trabajadora mundial” que tiene que dirigir sus luchas. Otros, en cambio, se esconden en los movimientos con el objetivo de lograr una secreta influencia en su interior.

Todo esto, sin duda alguna, ha contribuido a la mala imagen del trotskismo.

Pero lo mismo pasa con muchos pensadores e ideologías. No abandonamos la idea de democracia simplemente porque Aznar se jacta de demócrata, ni debemos olvidar el marxismo porque Stalin utilizó el término para justificar sus matanzas y sus campos de trabajo. Mucho menos deberíamos abandonar las ideas de Trotski a causa de las faltas —mucho menos graves en comparación— cometidas por algunos que dicen ser sus seguidores. Tampoco las debemos abandonar por el hecho de tener que superar algunas formulaciones que no se cumplieron.

Los principios de Trotski —el internacionalismo, la dedicación a la revolución, el compromiso con la unidad en la lucha— están más vigentes que nunca.

¿Qué significa, de verdad, el trotskismo? Significa la lucha por una revolución, desde abajo, para construir un nuevo mundo, un socialismo internacional.

* Esto es lo que hizo Tony Cliff, que estableció la corriente a la que pertenece En lucha, pero ésta es otra historia. Ver su libro Capitalismo de Estado en la URSS.

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