Gramsci: introducción
Introducción a la primera edición en castellano del folleto de Chris Harman, Antonio Gramsci: Socialista revolucionario. Se acaba de reeditar bajo el título Antonio Gramsci: Guía anticapitalista, por En lucha, precio 2 euros.
Hoy en día, el lenguaje de la izquierda en el Estado español está impregnado de terminología gramsciana. Encontramos palabras como ‘hegemonía’ o ‘sociedad civil’ por todas partes.1
En Realitat, la revista teórica del Partit dels Comunistes de Catalunya, se lee que “Tenía razón Antonio Gramsci…” o “La política, es decir, la práctica que conduce a la conquista de la hegemonía…”2 Esto en un partido de orígenes claramente prosoviéticos.
Juan Ramón Capella, de la redacción de la revista Mientras Tanto, en un libro lleno de referencias gramscianas, critica a Marx y Engels por no haber tenido en cuenta suficientemente “la coerción ideológica… ni… la hegemonía cultural”.3
Y ex militantes de la nueva izquierda, los radicales de la transición, escriben que “Nos colocamos… en el punto en el que Gramsci sitúa la cuestión entre 1920 y 1937”.4
El colmo fue el Congreso del PCE, en diciembre de 1995, ¡cuando el significado del término hegemonía levantó un debate que llegó a los editoriales de El País!
¿A qué viene este interés por Gramsci?
Mucha gente de izquierdas, sea la que participó en la transición o los jóvenes involucrados en las luchas de hoy, ven en Gramsci y en sus ideas una alternativa a lo que ha fracasado en la izquierda.
Esto refleja dos cosas.
La gente dirige su mirada 20 años atrás, a la época de la transición, para ver las manifestaciones, las huelgas enormes, el aparente compromiso de lucha por un mundo mejor en una gran parte de la población. Todo parece haber cambiado, y se habla de apatía política, de pasotismo. Entonces, se buscan soluciones, o al menos explicaciones, en Gramsci y su análisis de la hegemonía.
Además la caída del muro de Berlín y el fracaso del modelo estalinista han debilitado de manera importante a gran parte de la izquierda. Esto se demuestra tanto en la desaparición de grupos de la izquierda radical, como en el descenso de la confianza en las posibilidades de cambio entre los que persisten. Otra vez recurren a las ideas de Gramsci.
Julio Anguita ha dicho que “hay que leer a Gramsci.” 5 Pero, paradójicamente, en la izquierda se ha estudiado muy poco lo que realmente representa Gramsci, lo que hay detrás de los términos conocidos —por eso pueden acogerle personas de opiniones muy variadas—.
He aquí un aspecto importante del fenómeno del ‘gramscismo’; que, muchas veces, tiene muy poco que ver con su herencia real. En cambio, el hablar de lucha cultural y demás, esconde una huida en la participación activa en luchas concretas que se producen.
El caso de Gran Bretaña muestra claramente el peligro de este proceso. Allí había empezado ya en 1977 —cuando se produjo la primera edición de este artículo— posiblemente porque las luchas obreras ya se encontraban en declive. La entonces revista mensual del Partido Comunista de Gran Bretaña, Marxism Today, a la que Harman hace varias referencias, protagonizó la interpretación de Gramsci criticada más adelante.
Para ellos, dejó de ser una aclaración de principios marxistas y se convirtió en un abandono completo, no sólo del marxismo, sino, para muchos, de cualquier posición de izquierdas. Marxism Today ya no existe, y el PCGB tampoco.6 Algunos de sus ex-militantes siguen advirtiendo contra el radicalismo extremo, pero ahora desde las filas del renovado Partido Laborista —seguidor de muchas políticas Thatcheristas— e incluso del partido Liberal, y ya no se esfuerzan en usar términos gramscianos.
Esta pregunta tiene especial significado dado que Gramsci puso especial énfasis en contextualizar su marxismo en el momento específico.
Harman hace referencia a las diferencias entre la estructura de clases en Italia en la época de Gramsci y la de los países industrializados de hoy. ¿Qué podemos decir de esta cuestión en el Estado español?, un país más parecido a Italia que a la Europa del norte.
Gramsci tenía razón cuando subrayó la importancia para el movimiento revolucionario obrero de “la cuestión del sur”, de los campesinos. Era imprescindible, para una revolución en Italia, ganar el apoyo del campesinado, y por lo tanto que los revolucionarios atendieran a sus intereses.
Pero este punto no tiene relevancia en el Estado español de los 90. No hay una gran proporción de la población que viva en su parcela de tierra, aislada del mundo urbano y de la experiencia de la clase trabajadora. La proporción que trabaja en la agricultura es del 9%,7 y gran parte son empleados cuya experiencia refleja poco la del campesino sobre el que escribió Gramsci.
En cuanto a la hegemonía, lo que Harman dice también se aplica al Estado español. Los que se preocupan de la dominación ideológica, ahora pensarán más en Tele 5 que en la iglesia. Los sacerdotes no tienen la misma influencia que tenían en la época de Gramsci (aún entonces, por supuesto, los sacerdotes no consiguieron parar la revolución española de 19368). Y los profesores, lejos de ser “trincheras de defensa”, baluartes del sistema, se han sindicalizado, y se han incorporado a las luchas obreras, tanto en el Estado español como en otros muchos países europeos.
Esto nos lleva a la cuestión de los intelectuales. ¿Cómo deberíamos entender las ideas de Gramsci?
Muchos ‘gramscianos’ difunden una intelectualidad abstracta, carente de actividad, sin compromiso con la lucha. El modelo del marxista académico que habla en una indigerible terminología ‘gramsciana’, refleja la manera de actuar de los que Gramsci llamó intelectuales tradicionales, los ‘pensadores contratados’ de la burguesía. En sus Cuadernos de la Cárcel, escribió que: “El modo de ser del nuevo intelectual no puede consistir en la elocuencia, expresión exterior y momentánea de los afectos y las pasiones, sino en la participación activa en la vida práctica, como constructor, organizador, ‘permanentemente persuasivo’ porque no es un puro orador…”9
Gramsci quería intelectuales orgánicos, o sea, activistas comprometidos con las luchas sindicales, contra la opresión, etcétera, que eran a la vez pensadores. Los que sabían explicar a sus compañeros que no eran todavía revolucionarios las conexiones entre sus intereses y los de otros en lucha. Individuos capaces de ver y relacionar las victorias y derrotas de hoy en día con la meta de una revolución por una sociedad socialista. Tales personas, organizadas juntas, formaban el partido revolucionario, el ‘Príncipe moderno’ en el código de los Cuadernos.
De ahí la contribución clave de Gramsci al ver la conexión íntima entre la lucha obrera y el desarrollo de la teoría marxista. Ésta procede no de las cabezas de unos intelectuales ilustrados sino de la relación entre las luchas espontáneas de la base y la intervención consciente de los militantes —intelectuales orgánicos— de una organización revolucionaria.
Gramsci lo ejemplificó en su descripción de L’Ordine Nuovo, su periódico revolucionario, cuando dijo que “sus artículos no eran frías arquitecturas intelectuales, sino que brotaban de nuestra discusión con los mejores obreros, elaboraban sentimientos, voluntades, pasiones reales de la clase obrera torinesa.”10
Esperamos que al menos algo del interés generalizado en Gramsci, que se ve en el Estado español, se refleje en un compromiso hacia lo que realmente le importaba, la actividad revolucionaria, a la vez práctica y teórica. A Gramsci los fascistas le separaron de la participación en la lucha práctica y él tuvo que conformarse con una contribución a nivel abstracto —por cierto, una contribución de enorme valor—. No nos encerremos voluntariamente en la jaula de abstracción filosófica de la cual Gramsci tanto quería escapar.
1 El significado de estos términos es discutido. El artículo de Harman da una explicación.
2 Editorial, Realitat Nº 33, 1992.
3 J R Capella Los ciudadanos siervos, Ed Trotta. Madrid, 1993, p.196.
4 F A del Val, Introducción a El proyecto radical: Auge y declive de la izquierda revolucionaria en España (1964-1992), José Manuel Roca (Ed), Los Libros de la Catarata, 1994, p.10.
5 El País, 11/12/95
6 El PCGB se disolvió para formar el grupo Izquierda Democrática, que cuenta con unos cientos de personas.
7 Cifra calculada a partir de datos de El País Anual 1995, p.435.
8 Ver Andy Durgan, Guerra Civil y Revolución, folleto de Socialismo Internacional, 1995.
9 “La formación de los intelectuales”, en A Gramsci Cultura y Literatura, Ed Península, Barcelona 1977, p.32.
10 De L’Ordine Nuovo, 14 de agosto 1920, reproducido en Antonio Gramsci Antología, M Sacristán (Ed), siglo XXI, México 1970, p.100.
Hoy en día, el lenguaje de la izquierda en el Estado español está impregnado de terminología gramsciana. Encontramos palabras como ‘hegemonía’ o ‘sociedad civil’ por todas partes.1
En Realitat, la revista teórica del Partit dels Comunistes de Catalunya, se lee que “Tenía razón Antonio Gramsci…” o “La política, es decir, la práctica que conduce a la conquista de la hegemonía…”2 Esto en un partido de orígenes claramente prosoviéticos.
Juan Ramón Capella, de la redacción de la revista Mientras Tanto, en un libro lleno de referencias gramscianas, critica a Marx y Engels por no haber tenido en cuenta suficientemente “la coerción ideológica… ni… la hegemonía cultural”.3
Y ex militantes de la nueva izquierda, los radicales de la transición, escriben que “Nos colocamos… en el punto en el que Gramsci sitúa la cuestión entre 1920 y 1937”.4
El colmo fue el Congreso del PCE, en diciembre de 1995, ¡cuando el significado del término hegemonía levantó un debate que llegó a los editoriales de El País!
¿A qué viene este interés por Gramsci?
Mucha gente de izquierdas, sea la que participó en la transición o los jóvenes involucrados en las luchas de hoy, ven en Gramsci y en sus ideas una alternativa a lo que ha fracasado en la izquierda.
Esto refleja dos cosas.
La gente dirige su mirada 20 años atrás, a la época de la transición, para ver las manifestaciones, las huelgas enormes, el aparente compromiso de lucha por un mundo mejor en una gran parte de la población. Todo parece haber cambiado, y se habla de apatía política, de pasotismo. Entonces, se buscan soluciones, o al menos explicaciones, en Gramsci y su análisis de la hegemonía.
Además la caída del muro de Berlín y el fracaso del modelo estalinista han debilitado de manera importante a gran parte de la izquierda. Esto se demuestra tanto en la desaparición de grupos de la izquierda radical, como en el descenso de la confianza en las posibilidades de cambio entre los que persisten. Otra vez recurren a las ideas de Gramsci.
Julio Anguita ha dicho que “hay que leer a Gramsci.” 5 Pero, paradójicamente, en la izquierda se ha estudiado muy poco lo que realmente representa Gramsci, lo que hay detrás de los términos conocidos —por eso pueden acogerle personas de opiniones muy variadas—.
He aquí un aspecto importante del fenómeno del ‘gramscismo’; que, muchas veces, tiene muy poco que ver con su herencia real. En cambio, el hablar de lucha cultural y demás, esconde una huida en la participación activa en luchas concretas que se producen.
El caso de Gran Bretaña muestra claramente el peligro de este proceso. Allí había empezado ya en 1977 —cuando se produjo la primera edición de este artículo— posiblemente porque las luchas obreras ya se encontraban en declive. La entonces revista mensual del Partido Comunista de Gran Bretaña, Marxism Today, a la que Harman hace varias referencias, protagonizó la interpretación de Gramsci criticada más adelante.
Para ellos, dejó de ser una aclaración de principios marxistas y se convirtió en un abandono completo, no sólo del marxismo, sino, para muchos, de cualquier posición de izquierdas. Marxism Today ya no existe, y el PCGB tampoco.6 Algunos de sus ex-militantes siguen advirtiendo contra el radicalismo extremo, pero ahora desde las filas del renovado Partido Laborista —seguidor de muchas políticas Thatcheristas— e incluso del partido Liberal, y ya no se esfuerzan en usar términos gramscianos.
¿Tiene relevancia Gramsci en el Estado español de hoy?
Esta pregunta tiene especial significado dado que Gramsci puso especial énfasis en contextualizar su marxismo en el momento específico.
Harman hace referencia a las diferencias entre la estructura de clases en Italia en la época de Gramsci y la de los países industrializados de hoy. ¿Qué podemos decir de esta cuestión en el Estado español?, un país más parecido a Italia que a la Europa del norte.
Gramsci tenía razón cuando subrayó la importancia para el movimiento revolucionario obrero de “la cuestión del sur”, de los campesinos. Era imprescindible, para una revolución en Italia, ganar el apoyo del campesinado, y por lo tanto que los revolucionarios atendieran a sus intereses.
Pero este punto no tiene relevancia en el Estado español de los 90. No hay una gran proporción de la población que viva en su parcela de tierra, aislada del mundo urbano y de la experiencia de la clase trabajadora. La proporción que trabaja en la agricultura es del 9%,7 y gran parte son empleados cuya experiencia refleja poco la del campesino sobre el que escribió Gramsci.
En cuanto a la hegemonía, lo que Harman dice también se aplica al Estado español. Los que se preocupan de la dominación ideológica, ahora pensarán más en Tele 5 que en la iglesia. Los sacerdotes no tienen la misma influencia que tenían en la época de Gramsci (aún entonces, por supuesto, los sacerdotes no consiguieron parar la revolución española de 19368). Y los profesores, lejos de ser “trincheras de defensa”, baluartes del sistema, se han sindicalizado, y se han incorporado a las luchas obreras, tanto en el Estado español como en otros muchos países europeos.
Esto nos lleva a la cuestión de los intelectuales. ¿Cómo deberíamos entender las ideas de Gramsci?
Muchos ‘gramscianos’ difunden una intelectualidad abstracta, carente de actividad, sin compromiso con la lucha. El modelo del marxista académico que habla en una indigerible terminología ‘gramsciana’, refleja la manera de actuar de los que Gramsci llamó intelectuales tradicionales, los ‘pensadores contratados’ de la burguesía. En sus Cuadernos de la Cárcel, escribió que: “El modo de ser del nuevo intelectual no puede consistir en la elocuencia, expresión exterior y momentánea de los afectos y las pasiones, sino en la participación activa en la vida práctica, como constructor, organizador, ‘permanentemente persuasivo’ porque no es un puro orador…”9
Gramsci quería intelectuales orgánicos, o sea, activistas comprometidos con las luchas sindicales, contra la opresión, etcétera, que eran a la vez pensadores. Los que sabían explicar a sus compañeros que no eran todavía revolucionarios las conexiones entre sus intereses y los de otros en lucha. Individuos capaces de ver y relacionar las victorias y derrotas de hoy en día con la meta de una revolución por una sociedad socialista. Tales personas, organizadas juntas, formaban el partido revolucionario, el ‘Príncipe moderno’ en el código de los Cuadernos.
De ahí la contribución clave de Gramsci al ver la conexión íntima entre la lucha obrera y el desarrollo de la teoría marxista. Ésta procede no de las cabezas de unos intelectuales ilustrados sino de la relación entre las luchas espontáneas de la base y la intervención consciente de los militantes —intelectuales orgánicos— de una organización revolucionaria.
Gramsci lo ejemplificó en su descripción de L’Ordine Nuovo, su periódico revolucionario, cuando dijo que “sus artículos no eran frías arquitecturas intelectuales, sino que brotaban de nuestra discusión con los mejores obreros, elaboraban sentimientos, voluntades, pasiones reales de la clase obrera torinesa.”10
Esperamos que al menos algo del interés generalizado en Gramsci, que se ve en el Estado español, se refleje en un compromiso hacia lo que realmente le importaba, la actividad revolucionaria, a la vez práctica y teórica. A Gramsci los fascistas le separaron de la participación en la lucha práctica y él tuvo que conformarse con una contribución a nivel abstracto —por cierto, una contribución de enorme valor—. No nos encerremos voluntariamente en la jaula de abstracción filosófica de la cual Gramsci tanto quería escapar.
Notas
1 El significado de estos términos es discutido. El artículo de Harman da una explicación.
2 Editorial, Realitat Nº 33, 1992.
3 J R Capella Los ciudadanos siervos, Ed Trotta. Madrid, 1993, p.196.
4 F A del Val, Introducción a El proyecto radical: Auge y declive de la izquierda revolucionaria en España (1964-1992), José Manuel Roca (Ed), Los Libros de la Catarata, 1994, p.10.
5 El País, 11/12/95
6 El PCGB se disolvió para formar el grupo Izquierda Democrática, que cuenta con unos cientos de personas.
7 Cifra calculada a partir de datos de El País Anual 1995, p.435.
8 Ver Andy Durgan, Guerra Civil y Revolución, folleto de Socialismo Internacional, 1995.
9 “La formación de los intelectuales”, en A Gramsci Cultura y Literatura, Ed Península, Barcelona 1977, p.32.
10 De L’Ordine Nuovo, 14 de agosto 1920, reproducido en Antonio Gramsci Antología, M Sacristán (Ed), siglo XXI, México 1970, p.100.
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