El “velo integral”: por el derecho a decidir de las mujeres

Nota: La foto original que acompañaba el artículo se perdió. Acabo de encontrar ésta de Egipto en 2013. Me encanta.
 
Durante las últimas semanas, la derecha —e incluso alguna gente que dice ser de izquierdas— ha puesto en primer plano el “velo integral”, es decir el burca y el nicab. El burca, que sólo deja ver a través de una rejilla, procede únicamente de Afganistán, donde la ocupación militar de la OTAN, incluyendo tropas españolas, no ha liberado a las mujeres en este ni en ningún otro aspecto. El nicab, originalmente del Golfo Pérsico, es la prenda con una raja entorno a los ojos.

Al atacar el “velo integral”, parece que, por ahora, la derecha reconoce sus dificultades para prohibir el hijab. Son demasiado obvias las incongruencias de intentar impedir que una musulmana se tape el pelo con un pañuelo, prenda que difiere poco de la utilizada toda la vida por algunas mujeres mayores del campo o de la que aún llevan algunas para asistir a misa, mientras que el Estado incluso subvenciona a la iglesia católica cuyas monjas tienen que cubrirse de forma mucho más restrictiva.
Les es más fácil iniciar el ataque contra el burca y el nicab. Mientras que bastantes feministas defienden el derecho de las musulmanas a llevar el hijab, con el velo integral hay muchas más que aceptan el argumento de que su prohibición supondrá alguna liberación para las musulmanas. Pero en el fondo, los mismos argumentos contra la prohibición del hijab se aplican al burca y al nicab.

Una diferencia importante es que, mientras que muchas musulmanas en Europa llevan el hijab, muy pocas llevan algún tipo de velo integral. Se calcula que en Lleida, donde el ayuntamiento quiere prohibir el burca, sólo hay seis mujeres que lo llevan; si el objetivo fuera protegerlas, sería más efectivo ir a hablar con ellas personalmente, antes de abrir todo el debate y presentar resoluciones en el ayuntamiento. Evidentemente, la propuesta responde a otros fines.

Para la derecha, el motivo de la prohibición es bastante obvio. La impulsan los mismos partidos que apoyan la “guerra contra el terror”, con casi 3.000 civiles afganos muertos el año pasado; los partidos que respaldan la política asesina de Israel contra el “fundamentalismo islamista” de Hamas (el gobierno democráticamente elegido por el pueblo palestino); los que encarcelan durante años y sin pruebas a vecinos musulmanes del Raval. A estos partidos no les interesa la libertad ni los derechos de las mujeres, ya sean musulmanes, cristianas, ateas… Quieren restringir el derecho al aborto, quieren limitar la educación sexual en las escuelas, sólo por poner algunos ejemplos.

Cuando dicen que la prohibición del burca tiene el objetivo de liberar a las musulmanas, su hipocresía es sobrecogedora. Si realmente quisieran liberar a las musulmanas que viven en Europa, empezarían por garantizar su derecho a papeles, trabajo, cursos de formación… sin las barreras impuestas por las leyes de extranjería.

Si hay que prohibir el burca, ¿por qué no se prohíben las procesiones de semana santa? Las capuchas estilo Ku Klux Klan deben suponer el mismo atropello a la libertad, o a la seguridad ciudadana, que el burca. “Es diferente”, dicen algunos, “es sólo una semana” dicen otros. Lo obvio es que nos encontramos, no ante un principio, sino ante un prejuicio.

Esto lo esperamos de la derecha. Pero ¿por qué tanta gente de izquierdas respalda estas prohibiciones, impulsadas por el PP y CiU, e inspiradas directamente por la fascista Plataforma per Catalunya, como ha insistido su “führer”, Josep Anglada?

Es difícil entenderlo. Si defendemos el derecho de una mujer a decidir si quiere abortar, si quiere ponerse un piercing, hacerse un tatuaje, o incluso someterse a cirugía estética, ¿por qué no defendemos su derecho a decidir qué se pone en la cabeza? Hay presiones culturales en la cuestión del velo, sí, pero también las hay en los demás casos: no es casualidad que hace 10 o 20 años, casi ninguna mujer llevaba el ombligo a la vista y con piercing, y ahora es bastante típico.

¿Me cuesta entender por qué una mujer quiere llevar el burca? La verdad es que sí, pero esto no me otorga el derecho a obligar a una musulmana a vestirse de acuerdo con mis normas, de la misma manera que yo no tengo que vestirme según las suyas.

El problema es que se trata de tradiciones culturales diferentes a las dominantes en Occidente; esa cultura occidental ilustrada que nos dio el comercio de esclavos, el Holocausto y la bomba nuclear. Y no es lo mismo defender el derecho a decidir, por sí misma, a una mujer occidental —preferiblemente con estudios universitarios—, que dar el mismo privilegio a una musulmana de origen campesina y/o pobre.

Porque no se trata de “velo sí” o “velo no”, sino del derecho de las mujeres a decidir por sí mismas, y sin imposiciones: una izquierda consecuente debe defender este derecho en Europa, Afganistán, Arabia Saudita o en cualquier otro lugar.

Con todo, las contradicciones de estos progres selectivos no son tan nuevas. A principios del s.XX, gran parte de la izquierda defendió las intenciones civilizadoras del colonialismo; en 1914 estas mismas fuerzas respaldaron la nada civilizada Primera Guerra Mundial. Fueron las y los revolucionarios, —Lenin, Luxemburg, Trotsky y otros— los que rechazaron este doble rasero, y se opusieron al imperialismo en todas sus facetas.

La cuestión del velo integral es igual de sencilla. ¿Se está con la derecha, con el Estado capitalista y racista, hasta con los fascistas? ¿O se defiende el derecho a decidir de las musulmanas? Si se es de izquierdas, la respuesta es fácil.

David Karvala es militante de En lluita y miembro de la Plataforma Aturem la Guerra

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