Su democracia y la nuestra

De En Lucha Nº 49, marzo de 2000

En principio, parece que la democracia es una cosa sencilla, y que todos debemos estar a favor de ella, como si de pan caliente o agua fresca se tratase.

Pero luego se oye a Aznar definirse de demócrata, frente a los "antidemócratas", los que quieren que el pueblo vasco pueda decidir sobre su independencia.

Después se oye a Robles Fraga, sobrino del mismísimo ex-ministro franquista, tachar de antidemócratas a los que lucharon contra los suyos cuando éstos estaban al cargo de la dictadura.

Al otro lado del charco, los dirigentes estadounidenses dicen que quieren aportar democracia a Cuba, de la misma manera, tal vez, que lo hicieron con su ayuda a Pinochet en Chile, y en otros muchos casos antes y después.

Luego, no se puede olvidar, se puede escuchar a Castro defender la democracia de Cuba, donde él mismo lleva más de 40 años en el poder, sin que nadie pueda cuestionar su autoridad.

Y, por supuesto, nos encontramos con la gran fiesta de la democracia, las elecciones, que a veces parecen sólo un circo o una subasta de promesas pendientes de ruptura.

Fácilmente se llega a la conclusión de que la democracia es algo bastante complicado, e incluso que ni siquiera es tan buena como parecía.

¿En qué consiste, entonces, la democracia? ¿Y quiénes son los que mejor la defienden?

por David Karvala

¿De dónde viene la democracia?

El intento de dar una explicación absoluta y estática de un fenómeno social casi siempre fracasa.

Para entender la democracia, hay que verla como algo que viene desarrollándose a través de las diferentes épocas de la historia, en las cuales la gente ha vivido de formas muy diferentes. La democracia, por lo tanto, ha significado cosas diferentes en momentos diferentes.

En la prehistoria, hace más de 10 mil años, los seres humanos vivían una existencia nómada.

No había propiedad privada, en el sentido de la acumulación de bienes, de la existencia de ricos y pobres, porque nadie podía poseer más de lo que se podía llevar encima.

Por esto, tampoco había estructuras sociales desarrolladas, más allá de las relaciones directas entre las personas.

En estas sociedades, entonces, no había política, ni se podía hablar de la democracia.

Mucho más tarde, en las civilizaciones antiguas, como Egipto y Grecia, la producción había avanzado lo suficiente como para permitir la existencia de una clase dirigente, y por tanto de una serie de relaciones sociales y políticas nuevas.

En la Atenas antigua, se hablaba de democracia, porque los ciudadanos podían discutir juntos, y decidir lo que iban a hacer.

Para los participantes, sin duda, parecía un modelo de democracia, y algunos comentaristas hoy lo defenderían como tal.

Incluso la palabra democracia viene del griego, y significa el poder del pueblo.

Es verdad que más gente en Atenas podía tomar decisiones sobre sus vidas que en otras sociedades que existían en la misma época, incluidas otras ciudades de Grecia, como Esparta.

Sin embargo, desde el punto de vista de los esclavos, excluidos de esta democracia, ni una ciudad ni la otra era muy democrática.

El feudalismo, el tipo de sociedad que surgía de las cenizas de las sociedades esclavistas, y que duró muchos siglos, hasta la subida del capitalismo entre los siglos XV y XIX, tiene poca fama de ser democrático. En vez de esclavitud como tal, existía la servidumbre. Los siervos eran obligados a trabajar en el campo de sus señores a la vez que trabajaban su propia parcela para poder comer.

En sus propios términos, había algunos elementos democráticos.

En Inglaterra, el Rey fue obligado por los señores feudales a tenerlos en cuenta, mediante la Carta Magna, y había algún tipo de parlamento.

De todas estas "mejoras democráticas", obviamente, la gente común estaba excluida.

Una institución que llegó a conocerse en la revolución francesa de 1789 fue la de los Estados Generales, una especie de asamblea representativa, dividida según el estrato social.

El Primer y Segundo Estado estaban compuestos por el clérigo y la nobleza, quienes vivían de los demás, y disfrutaban de muchos privilegios económicos y políticos. El resto de la población tenía su escasa representación en el Tercer Estado.

El Rey convocó esta asamblea modélica, por última vez, como resultó ser cierto, para el 1 de mayo de 1789; la anterior convocatoria fue en 1614.

Así que en muchas de las sociedades anteriores al capitalismo, había estructuras políticas diferentes que los dirigentes podrían haber definido como "democráticas".

Todas compartían un aspecto clave; la gran mayoría de la población estaba excluida de la participación.

Otro factor bastante generalizado era que eran muy lentos en su funcionamiento: los 175 años que pasaron entre reuniones de los Estados Generales son sólo un ejemplo extremo de esto.

Por fin, y esto fue una constante, todas eran maneras de llevar adelante el sistema existente, no maneras de cambiarlo.

Los esclavos de Atenas no tenían la esperanza de asistir a las reuniones de los amos para abolir la esclavitud.

La burguesía francesa no llegó al poder a través de unos Estados Generales con el Rey a la cabeza, sino derribando a los Estados Generales y con la cabeza del Rey en una cesta.

Capitalismo y democracia

Después de este recorrido histórico, ¿qué podemos decir de la democracia actual? ¿Es totalmente diferente?

Antes de todo, tenemos que reconocer que la democracia burguesa es más real que la de las sociedades esclavistas o feudales.

Las sociedades anteriores tomaron por sentado que algunos habían nacido para mandar, y otros para trabajar. La democracia burguesa, en teoría, supone la igualdad. Por ejemplo, según la revolución americana de 1777, "todos nacemos iguales". Según el lema de 1789 francés, la sociedad se rige por Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Pero con todo esto, sigue siendo, como las democracias de las sociedades anteriores, una democracia limitada, que refleja las contradicciones de la sociedad de la que forma parte.

El capitalismo se basa ya no en el robo abierto por parte del esclavista o del señor, sino en el robo encubierto del trabajo del empleado. Nos dicen que nos pagan el sueldo que nos corresponde, pero se hacen millonarios a base de explotarnos.

De la misma manera, la democracia burguesa nos dice que todos tenemos los mismos derechos, pero de hecho, algunos tienen mucho más derechos que otros.

Veamos cómo la democracia de esta sociedad reproduce muchas de las limitaciones de sus predecesoras.

  • Su democracia excluye a la mayoría

Ya no es, normalmente, una exclusión formal, pero se aplica plenamente en la práctica.

En los EEUU, por ejemplo, cualquiera puede presentarse en las elecciones presidenciales, si se ha asegurado haber nacido en el país. El único inconveniente es el dinero. En las actuales campañas presidenciales, se están gastando cientos de millones de dólares. Obviamente, los que no disponen de estas cantidades, o más bien, los que no pueden ganar el apoyo de la gente que sí dispone de ellas, no tiene posibilidades de ganar.

En el Estado español, también se gastan cantidades enormes de dinero. Se estima el gasto electoral del PP en decenas de miles de millones de pesetas. El sistema es algo diferente al de los EEUU, aquí hay dinero estatal para los partidos políticos, de acuerdo con su apoyo electoral. Pero esto no cambia tanto. El PP tiene el apoyo de TVE, de muchas emisoras de radio, y del ABC, El Mundo, La Razón etc. Esto multiplica el efecto de su propia campaña. Así que tiene más posibilidades de ganar más escaños, con lo cual recibirá incluso más dinero estatal.

Izquierda Unida, en cambio, como una opción mucho menos respaldada, si no abiertamente calumniada, por la prensa y la televisión, ve su campaña reducida a lo que puede hacer con sus propios recursos. Les falta dinero, y están obligados a gastar lo que no tienen. Luego, si pierden votos por los ataques mediáticos, tienen menos dinero aún para la próxima vez.

En resumen, la limitación de la participación política a la clase dirigente sigue vigente, sólo que es más sutil que durante el feudalismo.

  • Su democracia no es sensible a los cambios
Hoy la situación es diferente, ya no tenemos que esperar 175 años como entre las reuniones de los Estados Generales, pero los 4 años entre las elecciones legislativas son muchos si se declaran guerras, o si se llevan a cabo privatizaciones y recortes en los servicios públicos.

Aun cuando hay una oposición enorme a sus propuestas, si ésta no se expresa en forma de movilizaciones en la calle, pueden seguir adelante, sabiendo que pueden inventar buenas cifras de empleo, o algo por el estilo, antes de presentarse otra vez a las elecciones.

  • El poder no está en las instituciones democráticas
Ésta es la crítica más fundamental de todas.

A pesar de todo el estruendo de las elecciones legislativas, el Parlamento no decide las cuestiones más importantes.

Si te quedas sin trabajo, algo muy importante para una persona corriente, lo más probable es que haya sido decisión de una empresa privada -o privatizada-. De todos modos es algo "no político", y algo que no se puede cambiar con la democracia que tenemos. Si el dueño del piso te echa a la calle, sucede lo mismo. Si, como la mayoría de la gente joven, tu dinero no llega ni para un piso, tampoco puedes recurrir a ninguna institución elegida que solucione el problema.

Más en general, vivimos en un sistema donde o eres un capitalista, y vives del trabajo de los demás, o tienes que trabajar para un capitalista. No hay parlamento en el planeta que cuestione este hecho. Pero esto es precisamente lo que subyace a toda la sociedad, desde la falta de pisos hasta la guerra en los Balcanes.

No se puede cambiar el capitalismo mediante las instituciones al igual que el foro de Atenas no iba a acabar con la esclavitud.

Fue en este sentido que Marx y Engels se refirieron al sistema político del capitalismo como la "dictadura de la burguesía". No es que no valoraran los limitados derechos democráticos que se puedan tener en esta sociedad, sino que vieron que, con todo esto, quién mandaba seguía siendo la burguesía.

Además, no debemos olvidar que millones de personas viven sin tan siquiera esta limitada democracia.

En la práctica, las sociedades capitalistas incluyen todo tipo de dictaduras, estados policiales, nazismo, sin olvidar el franquismo o el golpe de Estado de Pinochet.

Por todo lo dicho, claramente apoyamos cualquier lucha por los derechos democráticos y para acabar con las dictaduras.

Pero, también por las razones explicadas, no deberíamos olvidar que en cada lucha democrática, encontraremos a quienes sólo quieren restablecer una democracia burguesa, donde el dinero seguirá siendo el rey, y los demás sus súbditos. Esto, a su vez, debilita la lucha por la democracia. Frente a la posibilidad de una huelga general por el derecho a votar, o para derrocar a un dictador, los que sólo quieren la democracia burguesa tienden a anteponer la parte burguesa -o sea, los intereses de los dueños de las fábricas, el "respeto a la propiedad"- a la lucha democrática.

O sea, luchemos por la democracia, pero no nos dejemos engañar ni nos conformemos con unas migajas; la lucha democrática tiene que seguir hasta el final.

Pero, ¿cómo sería una democracia de verdad?

La alternativa democrática


Cuando se critica a la democracia burguesa, y se plantean alternativas revolucionarias, siempre sale el refrán: "mira lo que pasó en Rusia, no queremos repetir el totalitarismo de Stalin".

De hecho, una revolución socialista produciría una sociedad mucho más democrática que la actual, que no tendría nada que ver con el estalinismo.

¿Cómo se puede afirmar esto?

La prueba está en la experiencia de las revoluciones del siglo XX.

La revolución rusa de 1917 no fue totalitaria. Al contrario, se caracterizó por la participación masiva de millones de trabajadores y campesinos, tanto hombres como mujeres, en el control de sus propias vidas.


Los soviets no eran grupos de burócratas en Mercedes, sino que eran consejos obreros, formados directamente por representantes de los trabajadores, de los campesinos y soldados, de toda la población, excepto de la burguesía: al revés de lo que pasa en el capitalismo.

En cada fábrica, los trabajadores decidieron cómo organizar la producción; en cada barrio, la gente decidía, por ejemplo, el alojamiento de los sin techo en las casas grandes de los ricos. La estructura de los soviets se basaba en los delegados de cada comité local, que discutían los temas, y que elegían a los delegados de los soviets, cada vez de mayor envergadura.

No había separación entre decisión y ejecución, un factor que a menudo condena a la impotencia a los Gobiernos reformistas, cuyas propuestas son pasadas por alto por los Generales, jueces etc. Aquí, si decidían que se tenía que distribuir pan, lo distribuían, y punto.

Así se ganaron derechos básicos que siguen sin conseguirse en el Estado español hoy, tales como el derecho de la mujer a decidir si quiere o no abortar, el derecho a la autodeterminación de los países oprimidos, entre muchos.

Esta democracia se perdió, no porque no podía funcionar, sino porque el aislamiento de la revolución en Rusia, al fracasar las otras muchas revoluciones de la época, supuso que no había la base material en ese país tan pobre para sostener una sociedad socialista, así que volvió a ser una sociedad de clase. Pero esto no quita lo que mostraron los primeros años.

Las estructuras democráticas han aparecido, con muchas variantes, en otras revoluciones desde entonces.

En la revolución española de 1936, los trabajadores tomaron el control de las fábricas, y los campesinos ocuparon las tierras. Otra vez, durante una temporada, se vieron las posibilidades de una sociedad nueva, más democrática.

Otro ejemplo a destacar es el de Hungría en 1956. Una revolución obrera estalló contra el sistema opresivo que se definía de comunista. Los trabajadores espontáneamente formaron consejos obreros, y un soviet central de Budapest, para ejercer su poder. La experiencia duró hasta la llegada del "ejército rojo", que volvió a imponer el poder de los jefes.

La democracia de una revolución genuina no es un invento de algún dirigente, sino que surge de la lucha viva. Se ven elementos de esta nueva democracia en cada lucha obrera importante. La huelga de los trabajadores inmigrantes en El Ejido, llevada a cabo por un grupo poco conocido por sus tradiciones sindicales, lo demuestra a la perfección.

Según El País (14/02/00) la huelga en El Ejido tuvo la siguiente forma de organización: "La ATIME (Asociación de Trabajadores e Inmigrantes Marroquíes en España) dividió su territorio en 14 áreas y organizó otros tantos piquetes... Cada mañana salían a la calle para asegurarse de que nadie trabajaba en los invernaderos. Luego, a la una de la tarde, los jefes [la palabra es de El País: se refieren a los coordinadores de cada piquete] se reunían en una comisión de coordinación y planificaban el resto de la jornada.

"Así, a las dos ya estaban de nuevo en danza para recopilar los datos del seguimiento del paro que eran explicados a las asambleas que se reunían a partir de las nueve de la noche... Las asambleas de pequeño número trasladaron luego su opinión con emisarios a otras más representativas."

Incluso en estas difíciles condiciones, se ven los elementos de una democracia mucho más real que la democracia parlamentaria.

¿En qué se diferencia esta democracia de todas las anteriores?

Con la "democracia desde abajo" es la misma gente la que lo decide todo. El primer problema de las democracias anteriores, la exclusión de la mayoría, queda suprimido totalmente.

El segundo, la falta de sensibilidad, se supera de una forma impresionante. Con el sistema parlamentario, incluso comicios anuales serían difíciles de organizar, debido a la torpeza del proceso electoral.

En un sistema como el soviético, en cambio, los delegados son elegidos por sus compañeros en el lugar de trabajo, estudio o donde sea. Si un delegado empieza a anteponer sus propios intereses a los de las personas a las que tiene que representar, éstas pueden reemplazarle al instante. Pasó a menudo en Rusia, durante la revolución.

El tercer punto, como antes, es la clave. Todas las democracias anteriores eran tapaderas para sociedades de clase. En el fondo, tenían que sostener un sistema profundamente antidemocrático. Una revolución socialista acabaría con la sociedad de clases, habría una igualdad social de verdad. Así que la democracia sería la cara real de la sociedad, no sólo una máscara.

Éste es nuestro objetivo.

Mientras tanto, luchamos para defender cada logro democrático en este sistema, incluyendo el derecho a votar, y luchamos para extender nuestros derechos democráticos.

Pero a la vez reconocemos que la democracia que puede existir en un mundo regido por la explotación es muy limitada.

Una revolución socialista producirá una democracia que, si la comparáramos con la de hoy, ésta parecería igualmente limitada como la "democracia" de los amos de Atenas o la del Rey francés nos parecen ahora.

Comentarios

Entradas populares