¿Qué hay detrás de la victoria de Blair?

Artículo publicado en la revista Socialismo Internacional, precursora de En lucha y La Hiedra, en junio de 1997.

Las elecciones británicas de 1 de mayo dejaron a más de la mitad de los diputados del Partido conservador donde durante 18 años habían enviado a millones de trabajadores, al paro. Su derrota produjo alegría para millones de personas en toda Gran Bretaña.

Pero ¿por qué los conservadores duraron tanto tiempo en el poder? Y ¿qué representa el Nuevo Laborismo? Según gran parte de la prensa, fue la brillantez de Tony Blair la que derrotó a los conservadores, por lo que varios líderes socialdemócratas europeos quieren presentarse como el Blair de su país. La verdad es muy distinta. Para entender lo que ha pasado, deberíamos mirar la historia del reinado conservador.

Las luchas contra Thatcher

El “thatcherismo” no empezó con su odiada protagonista de los 80, sino años antes, con el gobierno laborista de 1974-79. Fueron ellos quienes hicieron el mayor recorte del sector público nunca visto, cerrando hospitales y escuelas, y recortando los ingresos reales de los trabajadores, por primera vez en la posguerra. Fueron ellos con su política antiobrera quienes dieron alas al National Front, el partido nazi que creció entre gente desmoralizada por las traiciones laboristas. Por lo tanto, fueron ellos los que abrieron el paso a la victoria de Thatcher en 1979.

Al principio, el nuevo gobierno conservador no era muy fuerte. El factor clave para permitirles seguir en el poder fueron las cúpulas laborista y sindical. Miremos unos ejemplos.

Cuando Thatcher declaró la guerra de las Malvinas, los líderes laboristas no se opusieron a la decisión de enviar a miles de soldados a matar y a morir por mantener la bandera británica sobre unas rocas en las que sólo había ovejas. La minoría de la población que se opuso a la guerra sólo encontró eco en la izquierda revolucionaria y grupos pacifistas. El Partido laborista fortaleció el patriotismo. El resultado, una victoria mayor para la derecha en las elecciones convocadas después de la carnicería.

En 1984-85, 150.000 mineros hicieron huelga para defender sus trabajos. Sindicalistas de base construyeron una red de comités de apoyo que recogían fondos para el sindicato minero (el gobierno había embargado sus cuentas) y recogían alimentos para los mineros y sus familias. La burocracia sindical y el liderazgo laborista, en cambio, se negaron a mover un dedo para darles apoyo. Los laboristas superaron a los conservadores en las encuestas, durante la huelga. Con la derrota de ésta, se produjo un desaliento profundo entre los trabajadores, y el nivel de huelgas en Gran Bretaña cayó a su nivel más bajo desde los años 30. En 1987, el Partido conservador volvió a ganar las elecciones generales.

El Poll Tax fue un impuesto local tan injusto que produjo una revuelta por toda Gran Bretaña en 1989-90. Cientos de miles de personas se organizaron en grupos anti Poll Tax, negándose a pagarlo. El movimiento culminó en una manifestación de 250.000 personas, donde la violencia policial provocó el mayor disturbio del siglo. Los líderes laboristas denunciaron la campaña anti Poll Tax y pidieron duras sentencias carcelarias para los cientos de detenidos. No obstante, Thatcher se encontró fatalmente herida, y seis meses más tarde, dimitió como Primera ministra, y fue reemplazada por John Major.

En las elecciones de 1992, el voto de los laboristas representó una cifra menor que los 14 millones de personas que se habían opuesto al Poll tax, y Major ganó, aunque con una diferencia estrecha.

El fin de Major empezó ya en 1993, cuando se anunció el cierre de la mitad de las minas que quedaban. Esta vez, la oposición popular fue enorme, e incluso la prensa de derechas tenía que seguir a sus lectores, y dedicaron sus portadas a oponerse a los planes del gobierno, mientras 300.000 personas desfilaron por Londres. El gobierno debía y podía haber caído allí mismo, pero los líderes sindicales y laboristas dejaron que se estancase esta ola de protesta. Major consiguió agotar su mandato, aunque aguantando un desprecio generalizado.

Estos ejemplos muestran que, lejos de ser una estrategia ganadora, la “modernización” del Partido laborista supuso el debilitar cada oportunidad de acabar con el gobierno. Siguieron una política electoralista, buscando los votos de una mayoría, y se opusieron a las minorías en lucha, viendo en ellas un peligro a su imagen. Cuando, a pesar de ellos, la oposición llegó a ser mayoritaria, como con el Poll Tax, se aislaron de ella en su obsesión por la moderación y la legalidad. Irónicamente, de ser un partido a la derecha de la minoría en lucha, pero a la izquierda de la mayoría de la población, ahora el Partido laborista se encuentra a la derecha no sólo de los en lucha, sino de la mayoría de la gente en Gran Bretaña.

Antes de considerar los últimos sucesos, hay dos lecciones importantes de los 80 que se deberían considerar.

A principios de los 80, se vio la irrupción de una nueva izquierda en el Partido laborista que se oponía a las posiciones derechistas, identificándose como realmente socialista, incluso marxista. Esta corriente buscaba maneras de combinar la política institucional con la extraparlamentaria, de “combinar la política de clase con la de los grupos oprimidos”, una política parecida a la de Izquierda Unida. Llegaron a controlar decenas de ayuntamientos, donde introdujeron políticas antirracistas, antimachistas y antinucleares, y propusieron planes económicos para la reestructuración de la economía nacional.

Cinco años más tarde, esta corriente había sido aplastada, por un lado, por la aniquilación del poder municipal llevada a cabo por Thatcher, y por el otro, por el liderazgo laborista, que expulsó a destacados izquierdistas del partido. Muchos individuos seguían en sus cargos, poniendo en práctica recortes y despidiendo a los trabajadores municipales que les habían dado su apoyo. Algunos son ahora ministros de Blair. En el fondo, a pesar de su inicial radicalismo, la lógica de intentar administrar el sistema en vez de acabar con ello les arrastró hacia la derecha, así que ahora cuando hay una gran audiencia para ideas de izquierdas, ellos se han vuelto blairistas.

A mediados de los 80 surgió la idea —incluso entre muchos laboristas— de que el partido nunca volvería a ganar una mayoría parlamentaria. El teórico del entonces Partido Comunista, Eric Hobsbawm, dio a la tesis un matiz marxista, explicando que la clase trabajadora había disminuido, y que la única manera de ganar una mayoría era a través de una alianza con los partidos del centro. Otro académico “gramsciano”, Stuart Hall, explicó que Thatcher representaba un ‘nuevo populismo’, que había logrado una hegemonía —dominación ideológica— sobre la clase trabajadora.

A los del Socialist Workers Party, de la corriente de Socialismo Internacional, que decían que estos argumentos eran basura, les dijeron que eran dinosaurios, que no re co no cían que el mundo había cambiado fundamentalmente, que vivíamos en un mundo “posindustrial”, “posfordista” etc.

Queda claro quién tenía razón; el análisis de clase daba una visión más profunda que unos resultados de encuestas.

¿Por qué ha ganado Blair?

Los laboristas han vivido su mayor victoria, y los con ser va do res su derrota más grande desde 1832. Ciudades tradicionalmente conservadoras se han vuelto laboristas. ¿Por qué?

La explicación generalizada es que es un triunfo del “Nuevo Laborismo” de Blair. Pero hemos visto cómo la política conservadora encontraba cada vez más rechazo; resulta poco convincente que el aceptar casi la totalidad de ésta sea una estrategia victoriosa. La verdad es que Blair ha ganado a pesar del nuevo laborismo. Paradójicamente fue el Financial Times, periódico británico del gran capital, el que vio que “los laboristas hubieran podido ganar con una plataforma mucho más anti-capitalista” (FT, 3/5/97). Apuntó que la mayoría de la población pensaba que se deberían subir los impuestos para mejorar los servicios sociales, que se deberían incrementar las prestaciones sociales, que el gran negocio beneficiaba a los patrones frente a los trabajadores, etc.; todas estas son posiciones rechazadas por Blair como anticuadas, e incapaces de ganar apoyo electoral.

A pesar de los 18 años de poder conservador, y de la influencia de la prensa, “el público británico sigue desesperadamente colectivista en sus actitudes”. En otras palabras, Thatcher no consiguió su objetivo de destrozar las ideas de izquierdas, nunca llegó a ser “hegemónica”.

El voto expresó un rechazo al conservadurismo, pero no sólo eso. El partido del centro, que se hubiera beneficia do de un simple voto de castigo, ganó me nos votos que en 1992. Igualmente, en Escocia y País de Gales los conservadores se quedaron sin un solo escaño, y fueron los laboristas los que ganaron, no los partidos nacionalistas.

Lo que queda claro es que la gente —o más bien la clase trabajadora británica— quiere un cambio real, y que por eso ha votado a los laboristas, esperando que éstos, a pesar de su programa, traerán una mejora para los trabajadores que todavía constituyen su base de apoyo.

Pero el nuevo gobierno ya está traicionando estas esperanzas. Uno de los cambios inmediatos fue el acercamiento a la Unión Europea. La nueva administración empezó por aceptar el Capítulo social, que trata de las condiciones laborales, pero lo importante es que se ha abandonado el nacionalismo mezquino de los conservadores… porque llegaba a perjudicar a los intereses del gran capital británico. Para la nueva administración es esto lo que importa.

Luego decidieron dar autonomía, para decidir las tasas de interés, al banco central, el Bank of England. Como comentaba The Economist, el influyente semanal: “Después de esperar 18 años el poder, el primer paso de los laboristas es ceder la mayor parte de su habilidad de dirigir la economía a otros.” (10/5/97) Es una admisión clara de que ni siquiera intentarán cuestionar las prioridades del capitalismo. Mientras tanto, miles de trabajadores del sector público están en lucha para defender sus salarios, sus condiciones o sus mismos trabajos. Blair podría resolver estos conflictos en un momento, pero no les ha ofrecido nada.

¿Qué podemos esperar en los meses que vienen? Seguro que habrá más ejemplos de que Blair se encuentra más a la derecha incluso que el PSOE.

En cuanto a los que votaron a Blair, la mayoría estarán pensando que necesita tiempo para realizar los cambios necesarios. Pero poco a poco se darán cuenta de que no tiene intención de mejorar los hospitales, las escuelas, los salarios. Habrá debates muy fuertes entre aquéllos que querrán seguir esperando y esperando algo de Blair, y aquéllos que decidirán que ya basta y que hay que luchar.

Entre la minoría que no tiene ilusiones en Blair se encuentra el Socialist Workers Party (SWP), que casi se ha triplicado durante el reinado conservador, para llegar a ser un partido de 10.000 militantes. Ellos, y la gente en su entorno, están celebrando la derrota de la derecha, pero intentando a la vez preparar las batallas para conseguir lo que todo el mundo estaba buscando cuando votaba a los laboristas, un cambio real.

El SWP tiene un papel importante, aunque incluso ellos son pocos para poder influir en los acontecimientos significativamente.

En resumen, ¿qué muestra la experiencia de Gran Bretaña? Primero, que nunca hay que creer en los mitos de gobiernos y prensa superpoderosos. Segundo, que la solución a nuestros problemas no viene de políticos como Blair, sino de las luchas desde la base. Finalmente, el voto deja patente la existencia de una clase trabajadora, con una conciencia de clase, en cada ciudad y pueblo. En el Estado español no es menos cierto que la grieta más importante es la de clase: la cuestión es cuándo, y cómo, ésta se abrirá aquí.

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