Ni Bruselas ni Moscú: Una visión anticapitalista de las protestas en Ucrania

Desde el 21 de noviembre de 2013, Ucrania vive un importante movimiento de protesta, en principio contra el giro gubernamental hacia Rusia. En marzo de 2012 Ucrania firmó, en principio, un acuerdo de asociación y libre comercio con la UE. Sin embargo, durante el otoño de 2013, el gobierno de Víctor Yanukóvich dio un giro de 180 grados, y el pasado 21 de noviembre anunció el bloqueo de dicho pacto, a la vez que llegaba a importantes acuerdos comerciales —y consecuentemente políticos— con Rusia. Mientras tanto, cientos de miles de personas salieron a la calle para protestar contra el distanciamiento de la UE. La administración ucraniana respondió con la represión. Entre los incidentes destaca el intento de “limpiar las plazas de manifestantes”, mediante las brutales unidades de policía anti disturbios, Berkut. Estos ataques no lograron acabar con la lucha y siguen surgiendo nuevas olas de protestas hasta hoy.


La UE, a diferencia de su silencio ante las autoridades del Estado español cuando reprimieron al movimiento 15M, ahora ha dejado bastante claro su rechazo a la violencia policial así como su apoyo a las manifestaciones. Por si esto fuera poco, grupos de extrema derecha han destacado en las protestas. Todo lo anterior ha sido más que suficiente para convencer a mucha gente de izquierdas del resto del mundo que se trata de un movimiento de derechas al que no se puede apoyar; incluso llevando a algunas personas a justificar la represión.

No hace falta decir que la izquierda anticapitalista tiene más que suficientes motivos para rechazar y denunciar a la UE por neoliberal e imperialista. Los partidos reformistas que apoyan a la UE y se suman, sin más, a su hipócrita posición respecto a Ucrania demuestran, una vez más, que no representan ninguna alternativa al sistema actual. Sin embargo, si la izquierda radical se encuentra en el mismo bando que la policía antidisturbios, frente a una masiva protesta ciudadana, es obvio que algo falla. Y de hecho, el rechazo a las manifestaciones es un error, por muchos motivos.

Indignación ucraniana

Un punto importante es que las protestas van más allá de la UE y Rusia. El presidente de Ucrania, Víctor Yanukóvich, no es ninguna figura de izquierdas. El antes conocido por sus amistades con los oligarcas de su país, recientemente ha optado por favorecer a un grupo aún más selecto; su familia y su círculo más cercano. Su creciente corrupción es un motivo importante de las protestas; otro es la pobreza sufrida por cada vez más gente. Esta combinación —igual que ha ocurrido en otros muchos países durante los últimos años— ha provocado el surgimiento de una especie de movimiento indignado ucraniano. Éste es un elemento de las movilizaciones, claramente diferenciable de los partidos políticos, algunos de los cuáles son muy cuestionables.

Este hecho no cambia nada para una parte de la izquierda occidental. Se trata de aquella izquierda que tampoco estaba muy ilusionada con el movimiento 15M, debido a sus limitaciones, reales o imaginarias. Se sospecha que el fallo principal del 15M, desde ese punto de vista, es que no comparte el programa de cierta izquierda. Por supuesto, el movimiento indignado ucraniano no es nada mejor en este sentido.

Las personas que, desde posiciones independientes de la izquierda anticapitalista, sí formamos parte del 15M, o de movimientos parecidos, debemos tener claro que nuestra contraparte en Ucrania se encuentra dentro de las manifestaciones, no entre los robocops ni los políticos corruptos.

La extrema derecha participa en las protestas

Éste es un hecho, pero hace falta una puntualización.

Para la gente que piensa que el PSOE, o incluso ICV e IU, son fascistas, ninguna gran movilización en el Estado español durante las últimas décadas ha estado libre de fascismo. No obstante, en este caso es cierto. En las protestas participan diferentes grupos fascistas, el más destacado es Svoboda, cuyas banderas —una mano amarilla con tres dedos levantados, sobre un fondo azul— son muy visibles en las manifestaciones. Sin embargo, aunque es lamentable, esta participación no define al conjunto de la protesta.

En Madrid recientemente, grupos nazis han logrado participar impunemente en algunas protestas contra los desalojos. Este hecho es otra vez lamentable, y confirma la urgencia de que se establezca un movimiento contra el fascismo mucho más amplio y extenso en esta ciudad, aunque no cambia la naturaleza de las protestas contra los desalojos. Ni mucho menos debería llevar a nadie de izquierdas a apoyar un ataque generalizado, por parte de la policía antidisturbios, contra tales protestas.

¿Otra revolución de colores?

Hace una década se dieron una serie de protestas en diferentes países que consiguieron cambiar sus respectivos gobiernos, a favor de partidos pro occidentales. Los casos más notables fueron la “Revolución de las rosas” en Georgia en 2003, y la “Revolución naranja” en Ucrania en 2004. Éstas fueron movilizaciones muy coreografiadas desde arriba, con un papel decisivo de los medios de comunicación privados y de fundaciones “pro democracia” occidentales. La espontaneidad y la organización desde abajo que caracterizan las genuinas movilizaciones de masas estuvieron, por lo general, ausentes.

Las protestas actuales en Ucrania, al contrario, destacan por su carácter poco organizado y espontáneo. No responden al plan de nadie (lo que no excluye, por supuesto, que diferentes sectores intenten aprovecharse de la situación, como siempre ocurre).

En resumen, no se trata de un nuevo intento de revolución de colores, sino de otra cosa más compleja.

La cuestión nacional de Ucrania

No se debe olvidar que Ucrania vivió durante siglos bajo el poder imperial ruso, empezando por el zarismo. Sólo durante los breves años de la revolución rusa, tras 1917, hubo algo de respeto hacia el país. Los errores cometidos por los bolcheviques durante este período —principal, pero no exclusivamente, a manos de Stalin, entonces Comisario de Nacionalidades— no restan justicia a sus principios. La contrarrevolución estalinista a finales de los años 20 volvió a someter a Ucrania a la opresión nacional pura y dura. El país sólo consiguió la independencia en 1991.

No debe sorprendernos, por tanto, que el intento de volver a acercar el país a Rusia levante oposición popular, sobre todo en el oeste de Ucrania, la parte menos rusohablante. El hecho de que haya sectores de la izquierda en el Estado español que pasen por alto este aspecto es preocupante e indicativo de su incomprensión hacia la cuestión nacional.

Lo que estuvo mal en la guerra fría sigue estando mal

Este punto nos lleva, otra vez, a la cuestión fundamental en las reacciones ante las protestas en Ucrania; las actitudes hacia occidente y el viejo bloque del Este.

Durante largas décadas, gran parte de la izquierda comunista o trotskista apoyó a Rusia —supuestamente una sociedad socialista o un Estado obrero— frente a occidente. La socialdemocracia, por supuesto, apoyó lo contrario; una opción igualmente nefasta. En realidad, apoyaron a una clase dirigente, la liderada por Stalin, contra otras. Tanto en occidente como en el Este, una minoría explotó y oprimió a la mayoría de la población. Es extraño tener que explicarlo, pero la Rusia de Putin no es mejor que la URSS o la UE.

Un movimiento ciudadano pro UE no es en sí mismo ni más ni menos progresista que un movimiento pro ruso. Una izquierda consecuente no debe tomar partido en base a esta cuestión. Y el hecho de que unos manifestantes hayan atacado una estatua de Lenin no cambia esto un ápice; la herencia de Lenin tiene mucho más que ver con su apoyo a la autodeterminación y la revolución desde abajo que con bloques de mármol erigidos por el régimen estalinista.

En lucha forma parte de una agrupación internacional de organizaciones anticapitalistas, conocida como el Corriente Socialismo Internacional (IST en sus siglas en inglés). La IST históricamente nunca apoyó ni a uno ni a otro bando en la guerra fría. El viejo lema era “¡Ni Washington ni Moscú, sino socialismo internacional!”

Hoy en día, En lucha se basa en los mismos principios (adaptándolos, sin ataduras ni complejos, a las condiciones concretas y actuales a las que nos enfrentamos). Sin embargo, el eje de esta política no tiene que ver con Rusia, sino con una cuestión más fundamental. Se trata de dar más importancia a la lucha desde abajo que a las medidas desde arriba impulsadas por unos pocos dirigentes, aunque éstos sean “progresistas”. Cuando los dirigentes son unos corruptos amigos de una potencia imperialista, ni tan siquiera hay que dudarlo.

Respecto a las luchas actuales en Ucrania, se pueden desarrollar análisis más profundos y detallados, pero una orientación anticapitalista consecuente debería basarse en el principio: “Ni Bruselas ni Moscú, sino el socialismo desde abajo”.


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