Palestina: contra la opresión, con la resistencia

Editorial en La Hiedra, No 10, febrero de 2009

En el momento de escribir es imposible saber cuál será la situación cuando se lea esta revista. Pero lo cierto es que más de 1.300 palestinos, entre ellos más de 400 niños, habrán muerto a causa del ataque israelí. En cambio, 13 israelíes han muerto desde el inicio del ataque contra Gaza, la mayoría de ellos soldados, incluyendo a cuatro por “fuego amigo”. Estas cifras demuestran lo que declararon José Saramago y otros: “No es una guerra, es una matanza”.

Así que, si no estuviéramos acostumbrados, nos chocaría el cinismo de los dirigentes estadounidenses y europeos.

Mientras caen las bombas, diplomáticos como el Ministro de Exteriores del Estado español, Moratinos, corren para darles la mano a los dirigentes israelíes responsables de la masacre. También visitan a líderes árabes como el egipcio Hosni Mubarak —en el poder desde 1981 gracias a elecciones fraudulentas y un millón de policías antidisturbios— o el sirio Bashar al-Asad, que heredó la presidencia de su padre.

Pero mantienen su boicot a Hamás, partido que ganó democráticamente las elecciones palestinas en enero de 2006 y ahora es objetivo de la agresión israelí.

El propio Zapatero culpa a Hamás del conflicto, haciendo caso omiso de los tres años de bloqueo que sufre Gaza, con cortes de agua, luz, medicamentos y comida, e ignorando el alto el fuego observado por la organización islámica durante muchos meses, roto por Israel con ataques aéreos a finales del año pasado.

Aunque estas actitudes no deben sorprendernos mucho, lo que sí sorprende y decepciona es que algunos activistas de los movimientos sociales y de izquierdas atribuyan parte de la culpa de la masacre a Hamás. A menudo, basan sus argumentos en principios de la no violencia.

Siempre ha habido un sector del movimiento antiguerra que aboga por un pacifismo total, creencia que definen como “gandhiana”. En realidad, este pacifismo siempre es selectivo.
Muy poca gente argumentaría que la reacción ante la sublevación franquista de 1936 debiera limitarse a acciones no armadas. Y cuando, en los años 80, la revolución sandinista en Nicaragua se enfrentó con la Contra, una fuerza financiada y armada por EEUU, la izquierda y los movimientos solidarios dieron un apoyo total —incluso acrítico— a la dirección sandinista.

El rechazo a la resistencia ejercida por Hamás quizá refleje hostilidad hacia las ideas islamistas de esta organización. El hecho de que son organizaciones inspiradas en el Islam las que lideran la oposición al imperialismo en la región —pensemos también en Hezbolá en Líbano— no es casualidad, ni refleja fanatismo por parte de la población árabe.

Desde los años 50 hasta los 80 del siglo pasado, millones de personas del mundo árabe pusieron sus esperanzas en partidos nacionalistas árabes o comunistas pro soviéticos. Al llegar los años 90, muchos de sus dirigentes abandonaron la lucha o se pasaron al bando enemigo. Éste es el caso de la dirección de Fatah, el partido del presidente palestino (estrictamente, ex presidente, dado que su mandato expiró en enero), Mahmud Abbas, ahora el favorito de Israel y de EEUU. Ante esta traición, el apoyo popular pasó a las organizaciones islamistas que defendieron una lucha contra el imperialismo y ofrecieron a la gente servicios sociales de educación, sanidad y vivienda, entre otros.

No significa que todo el mundo árabe se haya vuelto “fundamentalista” —de hecho, este término tampoco puede aplicarse a organizaciones como Hezbolá o Hamas, que tienen una inteligencia estratégica muy desarrollada y nada dogmática— sino que el islamismo fue la mejor opción política disponible.

Es irónico que Hezbolá —chiíta— sea capaz de ofrecer su total apoyo a la resistencia palestina, sin importarle que ésta sea sunita, cristiana o incluso marxista, mientras que alguna gente de la izquierda europea —supuestamente laica— pone como precondición a su apoyo que Hamas asuma los preceptos de la “fe gandhiana”.

No se trata de apoyar acríticamente a Hamas, que tiene sus limitaciones igual que las tuvieron antes los partidos nacionalistas o estalinistas; sino de ponernos al lado de los oprimidos y contra el opresor, de solidarizarnos con los palestinos y con la organización que actualmente lidera su resistencia, que es Hamas.

En definitiva, se trata de rechazar el cinismo y doble rasero de los dirigentes europeos. Ésta también es la mejor manera de contribuir a que, en los próximos años, la embrionaria izquierda anticapitalista de la región pueda crecer y ofrecer una alternativa real para la gente trabajadora y campesina árabe.

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