¿Cómo acabar con la violencia en Argelia?

Artículo aparecido en Socialismo Internacional 6, julio/agosto 1995 (la revista de entonces de lo que es ahora el grupo En lucha). Hay un par de cosas en el texto que se podría cuestionar —quizá en ese momento, ante un ambiente fuertemente hostil a todo lo islamista, se pusieran formulaciones que equiparaban demasiado la violencia islamista con la violencia del Estado, que era mucho mayor— pero el argumento fundamental sigue siendo válido. David Karvala, 15-02-11.

La violencia en Argelia aparece en las noticias casi cada día. Destacan en los informes los ataques horrorosos del Frente Islámico de Salvación (FIS) contra las mujeres —sobre todo feministas conocidas— y contra los periodistas.

Se oye algo menos acerca de los coches bomba, y ataques a la gente corriente por el FIS. Pero de lo que no se lee casi nada en la prensa es sobre la violencia estatal, que tiene un alcance que eclipsa incluso la violencia del FIS.

Tenemos que condenar tanto la violencia del Estado como la del integrismo. La cuestión es ¿cómo se puede acabar con el terror?


Mucha gente de izquierdas, a pesar de oponerse a las justificaciones de dictaduras militares en América Latina, ha aceptado de manera acrítica la represión en Argelia. Un ejemplo típico es un articulo aparecido en el periódico Avant, que cita favorablemente a las “fuerzas organizadas más progresistas y democráticas [de Argelia]… que interpretan como un ‘parón necesario del proceso electoral y no un golpe de Estado’ la suspensión de las elecciones y la proclamación del Alto Comité del Estado”(Avant 17/5/95).

Pero hay otras opiniones del movimiento democrático argelino. Salima Ghezali, una feminista argelina, escribe: “Con el golpe de Estado disfrazado de enero de 1992, el poder recuperó a algunas representantes de los movimientos de mujeres para adquirir una coartada y una fachada democráticas… La utilización que el poder, ayudado por los circuitos modernistas, hace de los degüellos y las violaciones no puede ocultar que ese poder está haciendo la guerra a una parte de la población compuesta también por mujeres, víctimas asimismo de violencias múltiples que sería injusto y grave callar” (El País Semanal, 20/04/95).

¿Argelia socialista?

No se puede comprender la situación actual sin mirar sus orígenes. El Estado argelino es producto de una lucha victoriosa contra el colonialismo francés, que logró la independencia en 1962. Pero como en muchos casos (Sudáfrica ahora, por ejemplo) el nuevo Gobierno rápidamente olvidó las reivindicaciones de la gente a la que supuestamente representaba. Se construyó un Estado de partido único, del Frente de Liberación Nacional que había liderado la lucha de independencia: un Estado cada vez más corrupto.

Bien pudo preguntarse Juan Goytisolo “cómo nuestros ensayistas y políticos de izquierda pudieron caer en la trampa y considerar el régimen [argelino] como un espejo de progresismo y democracia… Quienes creían… en el socialismo de Boumedienne [líder argelino en los años 60 y 70] no comprendían que era una respuesta capitalista a la ausencia o casi ausencia de capitalismo: la creación de un capitalismo de Estado, encargado de llevar a cabo la industrialización y modernización de la sociedad argelina”.(p11, p20)

Con las crisis económicas de las últimas décadas, el nivel de vida de la gran mayoría de la población ha decaído. En Argel hay millones de personas sin posibilidades de trabajo o de una vivienda digna. Mientras tanto, la burocracia estatal y militar sigue viviendo en la opulencia y el lujo.

Así fue la situación que llevó a millones de argelinos a sublevarse en la lucha por la democracia que estalló en 1988, como una premonición de las de Europa del Este en 1989. Siguió un período breve de democratización —en el que las elecciones fueron ganadas por el FIS— que acabó con el golpe de Estado de 1992, cuando el ejército se hizo con el control del país.

¿Represión necesaria?

Los que defienden el régimen actual no reconocen la escalada de represión militar que se impone contra cualquier oposición.

Se mencionó en El País (12/3/95) que: ‘Las fuerzas de seguridad argelinas han matado a 20.000 extremistas islámicos en los últimos dos años y medio, según declaró… el alto cargo del Ministerio del Interior, Nuredine Kasdalli… Kasdalli añadió que los grupos armados islámicos suman entre 3.000 y 4.000 hombres.’

Si los grupos armados reúnen solamente a unos miles de personas, ¿quiénes son las decenas de miles a las que el ejército ha matado? Claramente no son sólo los integristas mismos, sino sus familiares, sus conocidos, la gente de sus pueblos, como ocurre en todos los casos de represión estatal.

Lo declararon abiertamente los dos policías argelinos que fueron procesados en Alicante por haber secuestrado un avión para escapar de las amenazas tanto del FIS como de sus propios mandos: ‘Habían obligado a compañeros a realizar ejecuciones de integristas y sus parientes. “No queríamos matar a nadie, pero temíamos represalias si no cumplíamos las órdenes”, manifestaron’ (El País, 5/5/95).

El resultado es polarizar cada vez más a la sociedad entre los que apoyan un Estado represivo, y el movimiento islámico que, a pesar de sus ideas reaccionarias y actos terroristas, se disfraza de representante de la gente pobre.

El Gobierno reprime a los islamistas no porque son anti-feministas, y en contra de ideas progresistas (el integrismo ya lo era en los años 70, cuando el régimen argelino ayudó a los islamistas como contrapeso para debilitar a los grupos marxistas).  El FIS es bandera de la desesperación popular y es por este populismo por lo que el Estado argelino lo reprime.

El integrismo es claramente un problema durísimo. Pero no se soluciona con apoyar la represión estatal y las aniquilaciones a miles de sus seguidores en los barrios más pobres de Argelia. La tarea de la izquierda es mostrar que hay otra alternativa a la desigualdad y sufrimiento que la de los integristas.

¿Hay alternativas?

A pesar de la fuerte presión por escoger entre apoyar al Estado o a los integristas, la esperanza está en que entre los movimientos argelinos existen algunos que se niegan a identificarse con uno u otro bando.

El ala del feminismo argelino, por minoritaria que sea, representada por Salima Ghezali, citada anteriormente, es un ejemplo. Expone la importancia de trabajar conjuntamente con las organizaciones islámicas de mujeres, sin dejar las críticas de condena a la violencia. Ahí está la posibilidad de mostrarles en la práctica que la liberación de la mujer no llegará por el camino de la religión.

Otro ejemplo es lo de los bereberes, un pueblo con su propia lengua e historia y de mayoría laica que se encuentra dentro de las fronteras de Argelia, y que lleva años luchando en defensa de sus derechos culturales y lingüísticos. Hay dos sectores en el movimiento bereber.

La Agrupación para la Cultura y la Democracia (RCD) que es de derechas. A pesar de que el Gobierno sigue rechazando las reivindicaciones bereberes (en esto, el FIS está de acuerdo) ya que a los de la RCD se les define de erradicadores porque exigen la exterminación de todos los fundamentalistas islámicos.

Pero existe también un ala más de izquierdas, el Frente de Fuerzas Socialistas. Informó El País en abril de una huelga de 800.000 alumnos, reivindicando la libertad para la lengua bereber y su reconocimiento como idioma nacional, junto con el árabe. La huelga que llevaba varios meses continuó después de que la RCD la hubiera desconvocado, y a pesar de los llamamientos del Gobierno, con el apoyo del frente de fuerzas socialistas. Esta organización aboga por negociaciones con el FIS para acabar con la violencia en Argelia.

Hay que añadir que el Frente no es siempre consecuente: Goytisolo le critica por su “silencio incomprensible ante la oleada de asesinatos de intelectuales y el terror de los grupos armados islamistas y escuadras parapoliciales”. Claro que hay que condenar el terror de ambos lados o bien mantener una postura de silencio que sería preferible a la de apoyar a uno u otro grupo de asesinos.

¿Cómo superar el integrismo?

Las negociaciones no solucionarían los problemas básicos, pero sin duda sería mejor que el Gobierno y el FIS hablaran a que siguieran las matanzas. Las negociaciones servirían también para romper la relativa unidad del integrismo creada por la represión. Las divisiones se darían entre los del FIS, partidarios de manejar el sistema existente, y los más radicales Grupos Islámicos Armados que están en contra de cualquier arreglo con el resto de la sociedad.

Más importante aún sería que una creciente involucración del FIS en la dirección del país podría acabar con las ilusiones en el integrismo que tiene mucha gente pobre. La situación económica de Argelia es muy frágil. Su deuda en 1992 equivalía al 60% del total anual de su producto nacional (PIB). Entre 1982 y 1992 su economía se deterioró un promedio de 2% por año.

Cualquier Gobierno que se niegue a romper con las reglas del capitalismo tendrá que imponer los efectos de la crisis en la población argelina. El actual régimen militar está presidiendo este proceso ahora, y un Gobierno del FIS lo haría también —los Gobiernos islámicos siempre han respetado el capitalismo, a pesar de la retórica radical que esgriman—.

El intento de imponer las necesidades del mercado por encima de las de la gente siempre conlleva la posibilidad de una respuesta desde abajo, como han mostrado dramáticamente los zapatistas en Chiapas. En 1988 los argelinos se levantaron contra el sistema. Podrían hacerlo otra vez, si consiguieran superar las divisiones entre los oprimidos.

Tiene que haber negociaciones y, sobre todo, elecciones libres y democráticas.

Pero la única solución a medio plazo es que la izquierda intente recomponerse y situarse al lado ni del Estado, ni del integrismo, sino de los trabajadores y los pobres. Sólo con plantear las reivindicaciones concretas de esta gente —musulmanes y no-creyentes, árabes y bereberes, mujeres y hombres— y organizar luchas concretas para defender sus intereses, será posible superar la influencia de los integristas y los crecientes grupos paramilitares que se les oponen, y proponer otro camino que el de matar a cada vez más personas, con cada vez más brutalidad.

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